TengoHambreSobre la Avenida Caseros, a pocos metros de Defensa, un grafiti sencillamente improvisado en la pared de un viejo caserón de San Telmo, asalta la atención dormida de cualquier transeúnte: “Tengo hambre”.

Tengo hambre es la frase que inevitablemente detiene la mirada y se graba en la retina por más que se siga caminando en dirección a una rutina que se pretende amnésica.
¿Qué mano desesperada deja ese grito sórdido en una pared de la Ciudad más rica del país? ¿Qué historia habrá detrás de esa mano que rasga el muro? ¿Cuál será su nombre, su edad, su origen?
Tengo hambre, dice; y no podemos hacer más preguntas, sólo ir al encuentro de ese grito y gritar con él, con ella, con todxs.
El hambre es la consecuencia más cruel y visible, del injusto modo de organización que nos hemos dado como sociedades aparentemente modernas en los últimos siglos.
El hambre, que tuvo inicio cuando algunxs hombres decidieron, por la fuerza, apropiarse de lo que es de todxs, de lo que la tierra generosamente brinda, expropiando a otrxs hombres y mujeres y niñxs de su fuente de subsistencia: la tierra.
Ya lo enseñaron nuestros pueblos originarios y hoy nos lo recuerdan: la tierra, generosa madre, provee de alimento a quienes la honran, la respetan y la trabajan, sin más costo que la labor de siembra y cosecha.
Solo la ambición de acumulación nos ha traído a un presente donde los que se dicen propietarios (por la fuerza de la violencia) de la tierra, los medios y el dinero para la producción, someten nuevamente al hambre de miles y miles de hombres y mujeres, pibes y pibas en todo nuestro abundante territorio plurinacional.

Lxs trabajadorxs y el hambre

“A los trabajadores toca en suerte lo que la clase poseedora encuentra demasiado malo. En las grandes ciudades (…) se puede obtener de todo y de la mejor calidad, pero cuesta muy caro; el trabajador que debe hacer milagros con poco dinero no puede gastar tanto. (…) Los más pobres de los trabajadores deben arreglárselas de otro modo para poder bandearse con su poco dinero aun cuando los artículos que compran son de la peor calidad. (…) La alimentación habitual del trabajador industrial difiere evidentemente según su salario. Los mejor pagados tienen carne todos los días, y tocino y queso por la noche. Pero en las familias donde se gana menos, se come carne sólo los domingos o dos o tres veces por semana, y en cambio, más patatas y pan; si descendemos la escala poco a poco, hallamos que la alimentación de origen animal se reduce a unos trozos de tocino cocido con patatas; más bajo aún, este tocino desaparece y no queda más que queso, pan, papilla de harina de avena y patatas; hasta el último grado donde las patatas constituyen el único alimento. Pero esto es cierto en el supuesto de que el trabajador tenga empleo; si no lo tiene, se ve totalmente reducido a la desgracia y come lo que se le da, lo que mendiga o lo que roba; si no tiene nada, muere sencillamente de hambre (…) Es fácil comprender que tanto la cantidad de alimentos como la calidad dependen del salario (…) Y, cuando el salario ya se ha consumido antes del próximo pago, ocurre frecuentemente que la familia, durante los últimos días, ya no tiene nada o le queda justamente lo suficiente para comer y no morirse de hambre (…) es entonces que se manifiesta, de modo verdaderamente estallante, la brutalidad con la cual la sociedad abandona a sus miembros, precisamente en el momento en que tienen más necesidad de su ayuda.”
Esta descripción que realiza Friedrich Engels, en su escrito sobre La condición de la clase obrera en Inglaterra en 1844, podría ser aplicada sin demasiadas modificaciones a la actualidad de la clase obrera argentina contemporánea, casi doscientos años después, su vigencia es casi absoluta.
Según Kantar Worldpanel y su informe sobre comportamiento del consumo en lo que va del año en Argentina el consumo en el sector más vulnerable tuvo en Julio una caída del 3 %. La canasta de consumo masivo, que predomina entre los gastos de los hogares de ese segmento, experimentó una fuerte suba de precios de los productos que la integran. Para los hogares de bajos recursos, el consumo masivo es el principal gasto ya que le destinan el 57% de sus ingresos», explicó el director comercial de la consultora. “El aumento de precios de los productos de esa canasta es el principal motivo de ese ajuste en consumo de los hogares de menos recursos”.
Entre quienes todavía contamos con un salario, no hace falta agregar mucho alrededor de esta realidad que vamos transitando a diario. Las modificaciones en la calidad y cantidad de lo que accedemos con el tiempo de vida que gastamos para consumirlo van transformándose, día a día y mes tras mes, con la profundización de la crisis económica que el gobierno insiste en silenciar.
Lejos está de estas líneas realizar una apología de la vida consumista que propone el sistema capitalista para seguir alimentándose de nuestra fuerza de trabajo; es justamente por ser la clase que produce la riqueza en este país es que queremos discutir y decidir sobre el buen vivir en nuestros hogares, en nuestras familias, en nuestras mesas.
Discutir el salario, es discutir a lo que acceden nuestros compañeros y compañeras, sus pibes y pibas diariamente, tanto en salud, educación, cultura y alimentación saludable.
Discutirlo colectivamente es una premisa fundamental de estos tiempos, porque el miedo aísla y escribe en las paredes la peor de las consignas.

“Tengo hambre”

Volver a discutir el hambre en los barrios obreros para nosotrxs, no es solo un dolor insoslayable sino el retroceso político más acuciante de los últimos tiempos.
Tengo hambre, gritan las paredes, lxs pibes en los comedores escolares, las numerosas nuevas familias que habitan las calles, las listas de espera en los comedores y merenderos comunitarios, en las calles, en las ollas populares de lxs maestros. Lo gritan todxs, en todos lados.
El silencio mediático y gubernamental es ofensivo.
Tengo hambre grita ese grafiti improvisado en la pared de la Ciudad más rica del país, en un país hecho de trigo y pan, en el granero de mundo.
¿Y Larreta dónde está?
El actual gobierno (Macri/Larreta) administra para los negocios inmobiliarios y deja centenares de familias como deambulantes noctámbulos, a lxs pibes sin garantía de educación pública, a la población sin salud pública de calidad, vulnera incluso a sus propios votantes desarmando el andamiaje histórico que ha garantizado a lxs argentinxs y a lxs porteñxs cierta calidad de vida.
Todo sube y el sueldo se va en tarifazos y mala alimentación, se come y se vive mal, insistimos, en la Ciudad más rica del país.
Retomando a Engels, habrá que seguir examinando (y destruyendo) las causas estructurales de esta situación, porque la vulnerabilidad, la resistencia y la capacidad de transformarlo todo es de todxs.
“La clase obrera de las grandes ciudades nos presenta así una serie de modos de existencia diferentes; en el mejor de los casos, una existencia temporalmente soportable: por un trabajo esforzado, buen salario, buen alojamiento y alimentación no precisamente mala —evidentemente, desde el punto de vista del obrero todo ello es bueno y soportable—; en el caso peor, una miseria cruel que puede ir hasta carecer de techo y morir de hambre (…) la situación de los obreros en cada rama es tan inestable, que cualquier trabajador puede ser llevado a recorrer todos los grados de la escala, desde la comodidad relativa hasta la necesidad extrema, incluso hasta estar en peligro de morir de hambre; y, por otra parte, casi no hay proletario que no tenga mucho que decir sobre sus numerosos reveses de fortuna.” (F. Engels)
En el granero del mundo, morir de hambre no puede ser un lujo de quienes generamos la riqueza. El hambre es un crimen, el hambre no espera, y el Estado es responsable.

El hambre es un crimen, el hambre no espera por el FrenteSalvadorHerrera

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