«Restricción eterna. El poder económico durante el kirchnerismo» es el último libro de Martín Schorr, Alejandro Gaggero y Andrés Wainer, publicado por Editorial Futuro Anterior.
Estos especialistas realizaron una radiografía de los grupos empresariales en la Argentina del siglo XXI con el objeto de establecer quiénes son los dueños del país, descifrar cómo controlan las articulaciones estratégicas de la producción, qué alianzas se tejen entre los grupos locales y las empresas transnacionales, y el papel real que juega el Estado en tanto administrador de las relaciones de poder establecidas.
En la perspectiva de los investigadores, durante la última década el modelo neodesarrollista consiguió expandir hasta cierto punto las fuerzas productivas y alentó una tímida redistribución de los ingresos. Sin embargo, no se modificaron los condicionamientos estructurales que atenazan la economía nacional y causan sucesivas devaluaciones monetarias, inflación y el renovado protagonismo del capital financiero. Sobre la investigación, la caracterización de la etapa y sus actores y las perspectivas de cara al 2015, «La Capital» dialogó con Martín Schorr.
-¿Cómo surge el trabajo y por qué este planteo de que «la patria es del otro»?
En esta idea de década ganada el libro trata de identificar cuáles son los grandes ganadores del modelo económico del kirchnerismo, más allá del discurso, y qué deja en términos de continuidad de estructuras con el poder económico realmente existentes. Llegamos principalmente a dos conclusiones que demuestran por qué la patria es del otro. La primera es la profundización, en la primera década del siglo XXI respecto de los ’90, del proceso de concentración y extranjerización, con más de la mitad de las ventas de las empresas más grandes del país a manos de capitales extranjeros. Y con esa extranjerización, o detrás de ella, están todos los factores que concurren a explicar los despelotes del cuadro externo, la restricción externa que enfrenta la economía argentina por el lado de la fuga de capitales, la remisión de utilidades, de la crisis energética y el déficit externo en el sector industrial. La segunda constatación del libro es que lo que hay dentro del gran capital nacional es un puñado de grupos económicos ligados a una inserción basada en la exportación de recursos naturales, es decir un proyecto económico bastante parecido al que propone el capital extranjero. Lo que irrumpe en el seno del poder económico es un puñado de grupos nacionales que basaron su crecimiento en la última década al amparo de negocios que se habilitaron desde el Estado.
-¿En qué sectores de la economía principalmente?
Obra pública, juegos de azar, medios de comunicación, algunos sectores privatizados. Ahí aparecen actores como Electroingeniería, Pampa Holding, Cristóbal López, Lázaro Báez, que no son una burguesía nacional emprendedora industrialista, como la de los países que hoy son potencia industrial a nivel mundial, sino que son una burguesía que basa su expansión y su rentabilidad en vivir de la teta del Estado. Desde ese punto de vista «la patria es del otro» es también una respuesta a cómo funciona el capital nacional: el de los exportadores es un proyecto de país que fundamentalmente piensa a la Argentina como proveedora de recursos naturales, sin ningún tipo de reflexión sobre lo poco inclusivo en términos laborales y sociales que sería ese planteo económico. Y por otro lado, hay un grupo de actores que carece de competitividad internacional y por lo tanto a lo máximo que aspiran es a crecer bajo la protección estatal. La idea de la restricción eterna y la patria es del otro es una reflexión crítica sobre los actores que deja el kirchnerismo para pensar un eventual proceso de desarrollo en Argentina.
-Hace años que trabaja sobre la caracterización y desarrollo de la tan mentada burguesía nacional. ¿Cómo define al llamado Grupo de los Seis?
Las empresas más grandes y los principales grupos económicos confluyen en distintas instancias de representación de intereses que involucran al G-6. Hasta 2007-08, el kirchnerismo había logrado un apoyo fenomenal de estos sectores porque había logrado un crecimiento de los salarios y una reimposición en la distribución del ingreso, coexistente con tasas altísimas de rentabilidad al poder económico. A partir de ese momento, cuando por diferentes motivos la dinámica económica empieza a modificarse, se produce cierta merma en el margen de rentabilidad y crecientemente el poder económico empieza a tener posturas críticas y de enfrentamiento abierto con el gobierno. Esa postura terminó siendo absolutamente funcional al relato de un gobierno nacional y popular que se opone a las corporaciones cuando en realidad, y esta es una de las grandes conclusiones del trabajo, esas corporaciones que hoy se enfrentan en una coyuntura particular son las grandes ganadoras de este planteo económico. Son sectores que hasta 2008 tuvieron tasas de ganancias fenomenales que no se reinvirtieron básicamente porque la política industrial fue muy pobre y por lo tanto gran parte de esas ganancias se fueron al exterior por la fuga y la remisión de utilidades, lo que explica la falta de dólares en la economía actual. En vez de plantear una antinomia gobierno- corporaciones, lo que hay que ver es el proceso por el cual el poder económico, en el marco de un discurso de un gobierno nacional y popular, afianzó muchísimo su control sobre la estructura económica de la Argentina.
-¿De qué manera se manifiesta ese control?
Por un lado, en el peso de los actores en la economía en general. Tanto en la economía como en el sector industrial las empresas más grandes tienen un porcentaje mayor a los 90 en lo que a peso en la estructura económica respecta: es decir un poder económico con mayor poder. El segundo aspecto es que la economía argentina, históricamente y en esta década también, tuvo como riesgo latente o explícito la cuestión de la restricción externa. En los 90 la falta de los dólares la «resolvimos» con un ciclo de endeudamiento externo fenomenal, dándole un gran protagonismo a los acreedores externos, en la medida que eran quienes nos daban el combustible que la economía necesitaba para funcionar. La etapa reciente es distinta. Ahora no van a ser los acreedores externos los que nutran de dólares a la economía, sino que esos dólares van a provenir de los sectores más concentrados de la actividad exportadora. Entonces el poder económico no controla sólo una parte de la torta que generan anualmente los argentinos sino que además, en la medida que son los dueños de las exportaciones y de los dólares que te dan las exportaciones, tienen gran capacidad de veto y de daño sobre la orientación de la política económica.
-¿Cómo es y cuál debería ser el rol del Estado para garantizar desarrollo industrial?
En esta última década se ha hecho muy poco o nada para regular los procesos de concentración económica y sus efectos perniciosos. El rol del Estado como conductor de un proyecto de desarrollo todavía está en discusión y es una pulseada que se da incluso dentro del propio partido de gobierno. Es verdad que hubo un regreso del Estado a la gestión económica, se recupera lo que eran los fondos de las AFJP, el capital mayoritario de YPF, el sector ferroviario. La discusión ahí es si ese regreso está vinculado a la visión estratégica de renacionalización o fueron respuestas a coyunturas críticas dadas en determinados momentos. Yo me inclino por la segunda. Hoy la sociedad argentina tiene a una YPF controlada por el Estado con lo cual el potencial que eso te da es enorme, pero debe decirse que ese potencial debe traducirse en un proyecto de desarrollo. Hay sectores que piensan a YPF como una empresa controlada por el Estado que permita recomponer la cuestión energética en la Argentina siendo vector de algunos desarrollos industriales y tecnológicos de base nacional. Y hay otros que piensan a YPF como una empresa trasnacional en la que no es necesario desarrollar ni industria ni tecnología nacional porque podés traer todo del exterior. El problema de fondo no tiene que ver con los sectores más conservadores que siempre renegaron de la intervención estatal sino que el escenario de disputa es parte de discusiones internas que hay dentro del propio kirchnerismo y es lo más preocupante.
-¿Cuáles son los factores que a su criterio generan la restricción externa y cómo podría empezar a resolverse el problema de fondo?
Los problemas de restricción externa tienen que ver con insolvencia estructural, no con iliquidez. En este sentido destaco tres vectores. Uno es la extranjerización que en estos 10 años se profundizó generando grandes problemas en la balanza de pagos por la remisión de utilidades. Para combatir esto hay dos dispositivos normativos de los 90 que deberían desarmarse: la ley de inversiones externas de la dictadura aun vigente que en los 90 se liberalizó mucho más, y después los 55 Tratados Bilaterales de Inversión (TBI) que siguen vigentes, lo que es una traba muy fuerte a cualquier proyecto que busque transformar este crecimiento en un ciclo de desarrollo con inclusión y desde una perspectiva nacional. Otro elemento tiene que ver con la cuestión industrial ya que muy poco se hizo en estos diez años por aplicar políticas de sustitución de importaciones. Hay un desconocimiento muy grande de los funcionarios que están discutiendo la cuestión industrial de las bases productivas que realmente existen en el país. Y hay un aspecto ideológico: para algunos del funcionariado buena parte de la industria argentina es por definición ineficiente, por lo que no merece ser sujeto de ninguna política industrial. Un razonamiento que corresponde más a un ortodoxo que a un autoproclamado heterodoxo. El último elemento es la crisis energética, en la que el primer gran paso del gobierno fue la renacionalización del capital accionario de YPF. Pero no dejó de ser arena de disputas entre las dos posturas mencionadas antes.
-¿Cuáles son las perspectivas para este 2015?
Desde el punto de vista económico, Argentina está en una situación complicada, lo que se manifiesta claramente en la inflación, que requiere cálculos serios del nivel de los salarios y distribución del ingreso. En 2014 arrancamos con una devaluación muy fuerte y un cuadro recesivo, la situación del ingreso y la distribución es mucho más crítica de lo que se señala. En lo externo prima la idea de que este año resolvemos la maldita cláusula Rufo y la negociación con los buitres, y que con eso empezarían a llover dólares que resolverían los problemas de iliquidez. Volver a los mercados financieros implica un cambio en el carácter del gobierno, que levantó durante años la bandera del desendeudamiento pero hoy apela a volver a esos mercados. La otra cuestión política vinculada a la economía es que en la medida que no se resuelva la cuestión externa no hay más alternativa que profundizar el ajuste y/o una devaluación, lo que sería un nuevo avance contra los trabajadores y los sectores populares. El escenario económico es muy complejo y lo interesante es que implica lecturas políticas distintas de los años precedentes. La apuesta del gobierno es que resuelta la cuestión con acreedores externos vamos a endeudarnos, entrarán dólares y podremos crecer sin problemas. Hay que discutir los costos sociales del endeudamiento. El gobierno va pateando la pelota para adelante después de la devaluación y el ajuste que frena con desempleo y caída de salarios la restricción interna. La otra apuesta es China, pero no se discute el tipo de intercambio y de inserción del país que te ofrece. Los chinos te dan el capital para tener una red ferroviaria, pero también la tecnología y con eso Argentina renuncia a ser un país industrializado, pasa en el sector ferroviario como con las centrales hidroeléctricas y demás. China da una solución porque permite financiamiento pero con un costo muy fuerte: les vendés recursos naturales pero te desindustrializan contribuyendo a que ciertos desarrollos industriales en Argentina no se aprovechen.
*Nota publicada en el Suplemento Economía del Diario La Capital, domingo 25 de febrero de 2015