El Movimiento Popular necesita avanzar en la construcción de medios de comunicación propios para difundir masivamente su estrategia de poder. Hace más de medio siglo los trabajadores tuvieron la posibilidad de manejar uno de los diarios más importantes del país a través de la CGT.
* Por Juan Carlos Giuliani, Secretario de Relaciones Institucionales de la CTA
No resultó una experiencia fructífera. La mediocridad de una dirigencia burocratizada hizo naufragar esa oportunidad histórica.
La expropiación del diario La Prensa en 1951 constituyó un acto soberano dirigido a zanjar el antagonismo entre un gobierno de orientación nacional y la visión oligárquico-imperialista de las minorías del privilegio.
Al discutirse en la Cámara de Diputados la expropiación de La Prensa, uno de los defensores del proyecto fue John William Cooke, quien denunció con claridad la penetración imperialista a través de los medios de información.
A poco de expropiado el periódico a la familia Paz, en la celebración del 1º de Mayo, Perón anunció desde los balcones de la Casa Rosada la entrega del diario a los trabajadores.
Allí expresó: «La Prensa, que explotó durante tantos años a los trabajadores y a los pobres, que fue instrumento refinado al servicio de toda explotación nacional e internacional, que representó la más cruda traición a la Patria, deberá purgar sus culpas sirviendo al pueblo trabajador para defender sus reivindicaciones y defender sus derechos soberanos».
Para hacer efectiva esta iniciativa se creó en julio de 1951 una sociedad denominada Empresa Periodística Argentina SA (EPASA), integrada en partes iguales por la Confederación General del Trabajo y el Sindicato de Vendedores de Diarios, Revistas y Afines. Su directorio era presidido por el titular de la CGT, José Espejo y, entre otros, figuraba José Alonso del gremio del Vestido.
El periódico reapareció el lunes 19 de noviembre de 1951 con un título elocuente: «Por decisión de cinco millones de trabajadores reanuda hoy La Prensa sus actividades».
La dirección de La Prensa fue confiada por el propio Perón a Martiniano Passo, quien hasta entonces ocupaba similar cargo en el diario Democracia. Passo decidió mantener el mismo formato y la misma tipografía. Un 70 por ciento del personal regresó al trabajo, en tanto que las vacantes fueron cubiertas promoviéndose a los más antiguos de cada sección.
La medida, de neto corte gatopardista, no varió sustancialmente el contenido ni la forma del diario. No se puede construir lo nuevo con lo viejo.
Ya sea por limitaciones políticas o ideológicas, por convicción, conveniencia u oportunismo, lo cierto es que la CGT dilapidó la perspectiva de elaborar una línea editorial autónoma para fortalecer el gobierno popular. En cambio, se plegó al coro complaciente que en 1955, y antes de que el gallo cante tres veces, no dudó en traicionar al Movimiento Nacional.
Llama la atención que en el diario no figuraran las plumas de pensadores nacionales de la talla de Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz o Rodolfo Puiggrós, quienes ejercieron como periodistas desde el llano y en la Resistencia, cuando los chupamedias se hicieron humo o se integraron a la represión gorila.
Es casi inútil buscar en sus páginas una descripción del enemigo fundamental, el imperialismo norteamericano y la oligarquía criolla. En El Caso Satananowsky, Rodolfo Walsh narra: «Para escribir la historia del gobierno peronista son más útiles las memorias del Banco Central o las estadísticas de la Secretaría de Trabajo que la colección completa de diarios y revistas de la cadena».
Ese gigantesco aparato estaba destinado a sucumbir sin lucha. La Prensa, el diario de la CGT, festejó el golpe de Estado de septiembre de 1955.
Si bien Eduardo Lonardi prometió que las conquistas sociales de los trabajadores serían respetadas, que la CGT no sería intervenida y que el periódico seguiría en manos de la central obrera, su reemplazo en la presidencia apenas dos meses después de haberla ocupado, demostró que, como en toda contienda, había vencedores y vencidos.
La «Revolución Fusiladora», encabezada por Pedro Aramburu e Isaac Rojas, tenía por objetivo la destrucción del peronismo y del movimiento obrero. La Prensa era un símbolo de las clases dominantes que había sido expropiada y entregada a la CGT por el gobierno derrocado. Pronto sería reivindicada por los «libertadores».
Por un decreto del 30 de noviembre del 55 fue derogada la ley que la expropió y restituida a manos del patriciado nativo. El 3 de febrero de 1956 –no casualmente en un nuevo aniversario de la Batalla de Caseros–, reanudó sus ediciones.
Los desaciertos del pasado sirven para sacar conclusiones. Los trabajadores no van a renunciar al derecho de tener su propia voz en la disputa estratégica por el sentido con los dueños de todas las cosas.