La lucha que llevan adelante las mujeres trabajadoras denunciando las condiciones de trabajo a las que son sometidas; por el reconocimiento de sus especificidades; y por conquistar la igualdad frente a varones se remonta a los propios inicios del sistema de explotación capitalista.
Esta lucha es parte fundamental de la que llevamos adelante, todos los trabajadores y trabajadoras, contra las condiciones de explotación general a las que esta organización de la sociedad nos somete. Efectivamente como clase nos enfrentamos cada día a las condiciones de opresión del propio modo de producción, pero estas condiciones son desiguales entre los distintos trabajadores, y combatir estas desigualdades es también limitar la competencia que debilita y quita potencia a nuestra lucha.
A continuación se presentan algunos datos proporcionados por el propio Ministerio de Trabajo sobre las características del mercado de trabajo de las mujeres en la actualidad. Esta nota no tiene más objetivo que denunciar la situación que las compañeras transitamos día a día para establecer líneas de acción. La Central de Trabajadores de la Argentina viene realizando un fuerte trabajo en este sentido estableciendo como prioridad la organización y la lucha de los trabajadores y las trabajadoras como la única alternativa de avanzar contra la desigualdad.
Hay diferentes indicadores en lo que a desigualdad de acceso al empleo refiere. A continuación se analizarán los correspondientes a: 1) desempleo, entendido como la magnitud de la dificultad de acceso a puestos de trabajo; 2) puestos de trabajo, entendido como la magnitud del acceso diferencial a puestos según jerarquía; 3) salarios, entendido como la diferencia monetaria existente entre varones y mujeres que realizan las mismas tareas; 4) trabajo doméstico, entendido como el trabajo destinado a tareas reproductivas en el hogar. Sabemos no obstante, que muchos indicadores quedan fuera de este relevamiento pero el objetivo es dar una mirada general de conjunto que posibilite la realización de nuevas preguntas.
El desempleo entre las mujeres:
En los últimos 10 años asistimos a una fuerte recomposición del empleo en relación a la década del 90. Esta recomposición se basó principalmente en la incorporación de trabajadores producto de la reactivación económica posterior a la devaluación de 2002. Sin embargo, esta reactivación sufrió un fuerte estancamiento a mediados de 2007 y desde allí se expresa una manifiesta dificultad para crear empleo.
Los datos que presenta el INDEC sostienen que en 2014 el desempleo alcanzó al 6,9% de los trabajadores. Sin embargo, este dato así presentado tiene dificultades y su construcción está cuestionada. Estas sospechas cobran vigor cuando observamos que según esta institución el desempleo en Resistencia es del 0,6%. Así y todo, podemos decir que los datos que presenta el organismo constituyen el piso de la situación que expresa que más del 16% de los trabajadores no tiene empleo o trabaja menos de lo que necesita para sobrevivir (sumamos desempleo y subempleo).
En el cuadro que sigue observamos esta situación y vemos además cómo se profundiza en el caso de las mujeres en general y entre las jóvenes en particular. En este último caso, el problema cobra especial gravedad debido a que este momento de precariedad en las relaciones laborales coincide con la edad reproductiva de las mujeres. La maternidad como posibilidad se convierte por un lado en una limitación para la contratación, ya que muchos empleadores evalúan que las mujeres jovenes trabajadoras priorizan su vida familiar por sobre su vida laboral. A su vez, la precariedad y vulnerabilidad laboral se incrementa cuando estas mujeres deben garantizar su propia vida y la de sus hijos.
Gráfico n° 3: tasa de desocupación por grandes regiones (II trimestre 2014)
Fuente: elaboración propia con datos de la EPH – INDEC
Brecha salarial entre varones y mujeres:
En los últimos años asistimos a una recuperación del salario real de los trabajadores en relación con la fuerte crisis económica y política desatada en diciembre de 2001. La devaluación de 2002 y el proceso inflacionario se tradujeron para todos los trabajadores en una pérdida muy importante del salario real, y una consecuente caída de su poder adquisitivo. Esa pérdida se fue compensando en los años subsiguientes a partir de un aumento sostenido de la negociación colectiva y el conflicto. Sin embargo, esa recuperación no ha logrado, aún hoy, superar los salarios de 1997, que ya se encontraban en niveles muy bajos en términos históricos.
Sin embargo, a partir de 2007, se desarrolla un proceso de 6 años en los cuales, los trabajadores, si bien no ganan tampoco pierden, es decir, el salario se ha mantenido relativamente estable desde entonces, hasta el año 2013 en el cual la recuperación salarial es inferior a la inflación. El mismo proceso se repite y agrava en 2014, donde se registra una pérdida del poder adquisitivo del 3,8%.
En este contexto, los trabajadores del sector público fueron los más afectados cuyo salario experimentó una reducción del 40%, en términos reales, en comparación con el cuarto trimestre del 2001. Es importarse observar este dato ya que al interior del empleo público la mayoría de las trabajadoras son mujeres (54,7%).
No obstante estos cambios, la brecha salarial existente entre varones y mujeres poco se modificó entre 2003 y la actualidad, con datos actualizados a 2013 por el Ministerio de Trabajo podemos observar las diferencias existentes al interior de los trabajadores registrados, los no registrados y las diferencias salariales según calificación para varones y mujeres.
En la tabla anterior se observa la brecha salarial entre varones y mujeres y se ve cómo la misma se profundiza entre los trabajadores y trabajadoras no registrados. Los datos presentados son a 2013, pero si se observa su evolución vemos una mejoría en la condición de las trabajadoras registradas, que pasaron de una brecha del 27,8 en 2004 a una de 23,9 en la actualidad y un empeoramiento significativo de las condiciones de las mujeres que realizan trabajos no registrados, que pasaron de una brecha del 33,9 en 2004 a una del 39,4 en la actualidad.
En el terreno de la calificación vemos como las mujeres profundizan sus condiciones de desigualdad en el acceso al mercado de trabajo cuando realizan tareas sin calificación. Aumentando la precariedad que ya existe en esos puestos de trabajo.
Mujeres y puestos de trabajo:
Un elemento central a la hora de analizar la situación de las mujeres en los puestos de trabajo es evaluar en qué tareas desarrollan su actividad laboral. En tal sentido presentamos una trilogía de cuadros elaborados por el propio Ministerio de Trabajo que describe la presencia de mujeres en tres tipos de puestos: directivos, semi-jerárquicos y operarios.
En este cuadro podemos observar la preferencia de las patronales de contratar varones para los puestos directivos. Esta situación se da no obstante, la calificación profesional en nuestro país es mayor en las mujeres que en los varones.
Nuevamente en este gráfico observamos la preferencia patronal de varones para ocupar puestos de jerarquía y responsabilidad dentro del lugar de trabajo. Es importante remarcar que además de puestos más calificados estamos hablando de puestos mejor remunerados y con menos tasas de precariedad.
Finalmente, vemos la inversión completa de la curva cuando se trata de la selección por parte de los patrones, al contratar trabajadores y trabajadoras para la realización de tareas de ejecución directa. Las mujeres concentradas en estas tareas ofrecen una mano de obra barata y segura. Segura porque lejos del prejuicio generalizado de que las mujeres descuidan su trabajo por las cargas de familia, son precisamente estas cargas las que las vuelven más dependientes de los puestos que consiguen desarrollando mayor presentismo y productividad que los varones.
Trabajo doméstico:
El último indicador que presentamos refiere a la cantidad de horas y cuerpos dedicados a las tareas de reproducción del hogar. Efectivamente los trabajadores en su conjunto además de realizar la jornada de trabajo requerida por el patrón deben, al llegar a sus hogares, realizar tareas que les permitan garantizar su propia vida: comer, asearse, procurarse casa y vestido en condiciones dignas, cuidar a los niños y colaborar con la calificación y formación de la fuerza de trabajo futura (ayudar con los deberes y tareas escolares de los hijos).
Todas estas tareas se distribuyen desigualmente entre varones y mujeres. Constituyendo para las mujeres, muchas veces, el establecimiento de una doble jornada laboral. En un relevamiento del Ministerio de Trabajo, se evidencia esta disparidad.
A modo de cierre:
Estos datos son ilustrativos de la situación que todos los días afrontamos las mujeres dentro y fuera del espacio de trabajo. Lejos están de ser exhaustivos, de hecho hay una desigualdad absolutamente invisibilizada que tiene que ver con las formas en que las condiciones de trabajo repercuten sobre las propias relaciones personales de las mujeres trabajadoras, sobre los abusos a los que se ven sometidas cotidianamente bajo la amenaza de que peligren sus puestos de trabajo, sobre las presiones laborales, familiares y sociales que padecemos cada día. Lejos de amedrentarnos, las mujeres trabajadoras luchamos, nos organizamos, lideramos paros y asambleas, somos primera fila en piquetes y bloqueos de fábrica. Las luchas de las trabajadoras docentes, del sector de la salud, las luchas de las mujeres en la industria alimenticia son solo muestras de la combatividad de sectores que se nutren principalmente con mano de obra femenina.
La lucha de las trabajadoras es la lucha por la emancipación de la clase en su conjunto, su igualación frente a los varones lleva la potencia de limitar la competencia y fortalecer a la clase toda para lograr una sociedad más justa.