“A partir del momento en que la peste había cerrado las puertas de la ciudad no habían vivido más que en la separación, habían sido amputados de ese calor humano que hace olvidarlo todo”. Albert Camus, La Peste, 10/06/47.

* Por el Espacio Jurídico de la CTAA Capital

Las calles están desiertas, las fábricas y las empresas están cerradas. Ahora todo se ve desde el jardín.

Una pandemia que por primera vez en la historia se ha realmente globalizado, ha obligado a la mayoría de los gobiernos del mundo a paralizar la producción y comercialización de bienes y servicios. Incluso debieron decretar medidas anticapitalistas como la estatización de la aerolínea italiana, la estatización de parte de la salud pública española, e incluso, las elites políticas europeas se animan a plantear la estatización de medios de comunicación, y hasta las empresas de energía, mostrando una vez que el dios libre mercado no conoce ni trae la vacuna a los grandes males de la humanidad.

Por otro lado, la crisis ha obligado a que casi todos los gobiernos impongan medidas a la población que ni los regímenes más dictatoriales hubieran podido imponer, y por su parte, las masas en general, han acatado estas restricciones a la libertad, en pos de la salud pública y la propia. Las excepciones al cumplimiento del aislamiento provienen de sectores muy disimiles: los que se ven forzados, por necesidad, a violar la cuarentena (sectores humildes y/o precarizados) y ciertos sectores pudientes, que rompen el aislamiento no por necesidad, sino por necedad.

Sin embargo, esos mismos sectores ricos y poderosos debieron acudir a la solidaridad ciudadana para intentar frenar esta peste que -sin distinción de clases sociales- amenaza a todos por igual. Mas explícitamente: si el dengue, el cólera o el chagas germinaban casi exclusivamente en las poblaciones más vulnerables, el covid-19 se nos muestra como un flagelo bastante igualitario, cuya potencialidad ha logrado –al menos por un tiempo- que surjan decisiones impensadas hasta la aparición del virus.

Sin dudas que la cuarentena social obligatoria golpea con mayor fuerza a los más humildes. He aquí los desocupados, los sin techo, los precarizados, en resumen, los padecientes del sistema capitalista, que, una vez más sufrirán con mayor dolor los coletazos de las medidas que necesariamente tienen que adoptar los estados.

Al respecto es importante observar como el aumento de la privatización de la salud en España e Italia (ni que hablar de EEUU) ha colaborado con la propagación y el daño causado por el corona virus, a la vez que impidió que numerosas masas de trabajadores infectados quedaran ajenas a los servicios de salud por no ser contribuyentes de estos sistemas. Del mismo modo la resistencia a la parálisis productiva estiró aún más el número de víctimas; las que seguramente estarán siendo ya tratadas por los 52 profesionales de la salud cubanos (37 médicos y 15 enfermeros), que llegaron hace dos días desde la isla caribeña para auxiliar a las potencias europeas.

Lejanos quedaron los discursos respecto de las cuantiosas pérdidas económicas que provocan el derecho de huelga, los planes sociales, las negociaciones paritarias sin techo, las estatizaciones y lo público en general, apareciendo ahora los aplausos a los médicos, enfermeros y camilleros (en su mayoría trabajadores bajo la línea de la pobreza), junto con el reconocimiento de los investigadores la Administración Nacional de Laboratorios e Institutos de Salud “Dr. Carlos Malbrán”.

Ahora que la frialdad del aislamiento nos permite parar la rueda para pensar, confirmamos, otra vez, que la solidaridad, lo colectivo y lo público cobran un valor vital para la sociedad y nos permite plantearnos, en medio de la pandemia, como queremos vivir una vez que la peste nos permita nuevamente abrir las puertas de nuestras casas.

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