unnamed_1_-117El relato de la Argentina blanca tiene cada vez menos adeptos. La construcción del mito que indica que el país es un crisol de razas armónico donde el componente europeo se impone sobre los demás, está cada vez más cuestionada.

Así como los pueblos originarios fueron ganando en confianza y son cada vez más los argentinos que se enorgullecen de sus raíces indígenas, los afroargentinos –otro colectivo que fue parte fundante de la historia nacional– empiezan a ganar visibilidad. La negritud negada por la historia oficial y por las clases altas se hace presente. La llegada al país en las últimas dos décadas de inmigrantes africanos, sobre todo de senegaleses, constituyó un impulso para que los lazos con África se conviertan en algo imposible de no ver.

De acuerdo con el censo de 2010, 150 mil personas se reconocen como afrodescendientes. Fue la primera vez que se hizo esta pregunta y no se realizó una campaña amplia entre los censistas y entre la población, por lo que los especialistas sostienen que los números son mucho más elevados: algunos estudios indican que alrededor del cinco por ciento de la población tiene raíces negras, es decir, aproximadamente dos millones y medio de argentinos.

Pese a estos avances, a los que se suma la celebración desde 2013 del Día Nacional de los y las afroargentinas/os y de la Cultura Afro, el racismo de antaño sigue vigente. Esto es lo que se evidenció con los últimos allanamientos realizados en el barrio de Once a manos de la Policía Metropolitana. Una vez más, los vendedores ambulantes senegaleses se quejaron de todo tipo de atropellos por parte de la fuerza de seguridad porteña. Según denunciaron los damnificados, en el operativo realizado el 4 de agosto pasado en un hotel familiar, ubicado en Corrientes al 3000, los uniformados “actuaron con violencia, amenazando con armas de fuego y robando pertenencias y dinero”.

Una actitud que provocó la marcha de protesta realizada el 12 de agosto. Los participantes, en su mayoría senegaleses, se movilizaron desde el Congreso hasta la Legislatura porteña. Mientras caminaban, cantaban en contra de la “violencia racista”, en tanto los carteles que portaban planteaban “Basta de maltrato hacia los inmigrantes” y “No se permitirá más el robo de nuestras pertenencias”.

En la convocatoria y en el volante que repartían, reclamaron “basta ya a la violencia, basta al maltrato y al abuso de autoridad automatizado que ejercen permanentemente algunos funcionarios de la Policía Metropolitana del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires”. Además, el texto explicaba que se movilizaron “en contra del abuso de autoridad, la xenofobia y la impunidad”, formulando que “la indiferencia, el silencio, el apañamiento y la complicidad son los pilares de la violencia y la agresión”, lo cual “genera más injusticia”. “Basta de mirar para otro lado cuando se humilla a un ser humano por su origen étnico, condición y creencias”, finalizaba el volante. En la Legislatura se reunieron con el legisladorAlejandro Bodart, del Movimiento Socialista de los Trabajadores, y Gabriela Alegre, del Frente para la Victoria, además de representantes de organismos de derechos humanos.

“Muchos nos ven en la calle y creen que somos una organización manejada por otra gente. En los allanamientos que hacen en nuestras viviendas no sólo se llevan la mercadería que vendemos sino también nuestros bienes y pertenencias –explicó a Veintitrés Ndathie “Moustafa” Sene, presidente de la Asociación de Residentes Senegaleses en la Argentina–. No es algo que ayuda a la integración. Estigmatizan a nuestra comunidad y en vez de vernos como vendedores nos ven como mafiosos. Eso no ayuda. No somos una mafia. Podemos entender que haya mercadería prohibida, pero no somos nosotros los fabricantes, todo lo compramos en el Once”. El año pasado denunciaron otros allanamientos violentos, en donde los metropolitanos irrumpieron en viviendas en plena madrugada apuntando con sus armas a la cabeza a los adultos y maltratando a los chicos. La situación ameritó la intervención de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad.

Sene tiene 30 años y llegó al país en 2007. Es oriundo de Sop, un pueblo agrícola ubicado en la región de Thiès. Estudió letras modernas en la Universidad de Ciencias Humanas de Dakar, la capital senegalesa. Luego se vio forzado a emigrar, como millares de sus compatriotas, que principalmente se van a países limítrofes como Mauritania, Costa de Marfil, Gabón, Gambia, o a Francia, Italia y España. Cuando llegó a la Argentina, Sene vendió anillos con un paraguas, hasta que consiguió empleo como administrativo, uno de los pocos afortunados que logró un trabajo registrado. “No es nada fácil vivir con el trabajo en la calle. Sufrimos problemas de salud y si nos enfermamos no tenemos qué comer. Encima sufrimos las represiones de la Policía Metropolitana y de otros órganos de seguridad. Es muy complicado para la comunidad. No es lo que preferimos pero es lo que tenemos para sobrevivir. Trabajamos para tener algo para enviar a nuestras familias. Preferimos un trabajo en blanco pero a muchos les cuesta conseguir. Yo tuve la suerte de llegar al país hablando español”, señala Sene, representante de los casi 3.000 senegaleses que se estima hay en el país y que exigen al gobierno senegalés que abra una embajada en la Argentina.

“El racismo con el que nos encontramos aquí es el mismo que en cualquier punto del mundo. Afortunadamente el pueblo argentino es generoso, tiene una historia migratoria. En cambio, en Europa rechazan no sólo a los africanos sino a todos los inmigrantes. Allí sí que hay xenofobia, todos los días mandan inmigrantes a la cárcel, los encierran en campamentos. Duele en el corazón. Los gobiernos europeos, en vez de gastar tanto dinero en frenar la inmigración, deberían ayudar a los países que ellos mismos arruinaron. Gracias a Dios eso no existe en la Argentina. Si bien se puede ver algo de racismo, no se puede comparar”, plantea Sene, quien asegura sentirse “orgulloso de venir de un país que nunca invadió, explotó o saqueó a otro”.

Según cuenta el vocero de la comunidad senegalesa, cuando llegó a la Argentina no se imaginaba que aquí había una comunidad de afroargentinos: “Hemos aprendido que también aquí llegaron esclavos. No pensábamos que íbamos a encontrar afrodescendientes. Ellos están muy entusiasmados por la llegada de africanos, porque les aportamos la frescura de la cultura. Cuando vi esa gente organizada en centros culturales y en movimientos bien constituidos, me alegré porque haya gente que nunca estuvo en África y sigue reclamando su negritud. Nos da mucha fuerza. Queremos mantener el contacto con ellos no sólo porque compartimos los mismos abuelos: nuestro deber es trabajar para concientizar a la población para que los que nacieron acá sepan que tienen origen afro. Nuestros hijos van a reclamar lo mismo. Trabajar con ellos es trabajar por el futuro”.

Federico Pita, presidente de la Diáspora Africana en la Argentina (Diafar), afirma que “es un privilegio tener en la Argentina a hermanos que vienen de África y así poder aprender de primera mano de la cultura africana. Es un puente, porque ante la llegada de senegaleses, que están mucho en las calles, muchos afroargentinos se preguntan por sus orígenes”. Según el punto de vista de Pita, el efecto de la inmigración africana “es una situación dual, ya que como la Argentina siempre se presenta como un país blanco, el discurso hegemónico dice que no hay negros. Entonces pareciera que los negros que hay son todos extranjeros, mientras que los que descendemos de esclavos somos más de dos millones. Así, se pasa de decir que no hay negros a decir que los que hay son todos senegaleses”.

Respecto de los allanamientos violentos y el acoso de las fuerzas policiales que sufren los vendedores ambulantes senegaleses, Pita denuncia que se trata de “una muestra más del racismo estructural que padecemos”. Para el dirigente afroargentino, el eje de esa práctica racista redunda en “criminalizar el trabajo de los senegaleses. Muchos tienen título terciario o universitario, hablan cuatro o cinco idiomas y no consiguen laburo porque son negros. Pueden conseguir alguno, abriendo puertas en una vinería, los contratan como una cuestión estética, porque simboliza el racismo de la colonias holandesas e inglesas en el África”. Pita considera que la cuestión del racismo es una materia pendiente en la Argentina: “Es un problema político. ¿Cuántos candidatos afroargentinos hay? ¿Cuántos legisladores o funcionarios de origen no europeo existen? A la hora de las listas, de los puestos y de las posibilidades de acceder a la toma de decisiones, parece que hay que ser blanco y de ojos claros”

Con medios propios

La comunidad afroargentina está cada vez más activa. La Diafar viene de realizar un seminario intensivo sobre la revolución haitiana y sobre la Revolución Negra en los Estados Unidos. El 9 de septiembre en el Centro Cultural de la Cooperación presentarán el tercer número de su publicación, El Afroargentino, donde analizan la relación entre la agenda político electoral y la del activismo negro en la Argentina. En los números anteriores abordaron el racismo en los medios de comunicación y en las escuelas. Tuvo que pasar un siglo para que volviera a haber un diario de la comunidad afro en la Argentina.

El 1º de octubre, en la Biblioteca Nacional, el fotógrafo afrodescendiente Nicolás Parodi, secretario de la Diafar, presentará el libro Afroporteños, con el cual, dijo a esta revista, “queremos remarcar el pasado y demostrar que estamos hace tiempo en el país. Que no desaparecimos durante la guerra contra el Paraguay. Y que seguimos estando. Queremos destacar nuestro presente y nuestro futuro”.

Fuente: Tomás Eliaschev, Revista Veintitrés

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