Hace un tiempo ya, pero no mucho, un día habitual en el barrio Padre Carlos Mujica podía describirse como un auténtico hervidero: motitos de carga, autos, motos, carros y personas transitando sus calles estrechas de veredas irregulares o directamente sin ellas, comercios bulliciosos, toldos improvisados y el constante ir y venir de vecinos a sus trabajos, de chicos a sus escuelas. Los saludos de cortesía, el comentario al pasar, la libertad misma.
* Por Matías Levin
En ese barrio, desde hace años, Amalia Aima milita en el Movimiento de Villas y Barrios Germán Abdala, que a su vez integra la CTA Autónoma Capital y, junto a sus compañeros y compañeras, sostiene una decena de comedores comunitarios que no paran de recibir gente a comer.
– ¿En que cambio el barrio con la cuarentena?
– En todo: hoy los negocios cierran temprano, anda muchísimo la Policía, el uso de los barbijos. Andar por la calle y que te cueste reconocer a los vecinos. Lo cotidiano, los ruidos, el silencio.
– Su mirada se pierde en la evocación y trae una reflexión. Se enfoca en el mate que no se comparte y confiesa:
– Yo jamás había visto a los chicos sentados en la escalera de la casa: pobrecitos, se me parte el alma, porque los ves ahí sentaditos porque no pueden salir y capaz que viven varios en una piecita alquilada y lo único que pueden hacer es sentarse en la escalerita caracol a mirar la calle vacía. No pueden ir la escuela, no pueden hacer nada y ahí te das cuenta realmente de cuánta gente vive en el barrio y en qué condiciones. De repente sabés que en tu cuadra no viven diez familias, viven ciento cincuenta, todas amontonadas, apiladas en varios pisos.
– La foto panorámica es bien distinta entre un momento y el otro. Pero también lo es el retrato: Al preguntar por los comedores, cómo están funcionando, cuánta gente está llegando, Amalia se mira los dedos que no le alcanzan para contar las respuestas:
– La creciente concurrencia que se puede contar en personas, familias o raciones entregadas, dependiendo del nivel de detalle requerido; la mercadería de que disponen para cocinar; el ritmo de trabajo en cada comedor; los espacios nuevos que debieron abrir para alojar la demanda; el relevo de quienes debieron cuarentenarse por edad o riesgo sanitario ante la pandemia; los cuidados extra que la situación exige para atender sin enfermarse ni enfermar; los protocolos de limpieza y los productos necesarios que apenas alcanzan y no todos tienen casas adentro.
Está todo muy dificil, mucha gente está viniendo por primera vez a un comedor porque trabajaba por cuenta propia en la construcción, en casas particulares o hacían changas. Ahora con todo eso parado no pueden trabajar y no tienen plata. Entonces, donde ponés una olla se te vienen doscientos. Te parte el corazón, porque muchas veces la gente se acerca y busca una cara conocida para pedir un cupo (entrar en el listado), un plato, un poco de comida. “No un poquito aunque sea para mis hijas necesito” te dicen, “yo puedo aguantar, yo puedo estar sin comer pero mis hijas no”. Todos tenemos la necesidad y el derecho a comer.
En el barrio Padre Carlos Mujica, solo el Movimiento de Barrios y Villas Germán Abdala cuenta con los comedores Nuevos Horizontes, Namaju, La abuela, Vida y Esperanza, Doña Julia, Centro Comunitario, Doña Mari, Hossana, el merendero Barrio Ferroviario y el del Grupo Comunicaciones. Y en estos momentos, cuando las bocas se multiplican, desde el Gobierno Porteño solo reciben un magro refuerzo que estiran todo lo posible para no dejar a nadie afuera.
– Pero atender y contener la emergencia alimentaria agravada por la pandemia no es el único frente abierto para esta y otras organizaciones del barrio. Amalia cuenta que se conformó un Comité de Crisis desde donde están llevando adelante varias líneas de reclamo y el Gobierno está verificando cada espacio comunitario para acercar la ayuda que se necesita.
– Pero mientras tanto el hambre sigue: es una situación de ya. Estamos acá, trabajando el doble o más, como dicen las autoridades “en el frente de batalla”, con estas herramientas que son las cocinas, las ollas, pero sin el reconocimiento necesario por parte del Gobierno como trabajadores y trabajadoras esenciales y rogando a Dios que nos cubra, que no nos enfermemos.
En la Villa 31 ya hay por lo menos once casos confirmados de Covid-19, pero Amalia asegura que hay más. Por eso repite a sus vecinos una y otra vez las medidas de seguridad sanitaria que se deben tomar, aunque la realidad muestra que si muchos no tienen dinero para comprar comida, menos van a tener para productos de limpieza.
– Por eso están pidiendo a las autoridades del barrio y del gobierno que distribuyan productos de limpieza por lo menos a las familias que no pueden comprar.
– La situación es terrible, pero en el barrio, las organizaciones sociales y territoriales, la iglesia, todos participan del Comité de Crisis viendo como ayudarse: las cooperativas, por ejemplo, evalúan cómo hacerse de las herramientas e insumos que necesitan para desinfectar los lugares de trabajo, los comedores que son sus propias casas, para reducir el contagio en la mayor medida posible. En ese sentido están pidiendo que se implementen postas de desinfección en las entradas del barrio, desinfección en los espacios públicos y fumigación porque el dengue también es un factor de riesgo en toda la Ciudad.
El gobierno porteño, por su parte, se toma un tiempo que los vecinos no tienen para tomar medidas e implementar políticas que llegarán irremediablemente tarde. Pero se necesitan ya.