Carlitos, vos sabrás entender. Este mediodía húmedo y caluroso en Río Cuarto, una ciudad azotada como casi todos los días por los vientos, me he tomado la licencia de acompañar mi almuerzo con un buen vino blanco. Algo infrecuente. Trato, como ya sabés, de cuidar mis enfermedades crónicas del cuore, la diabetes y otras yerbas que cada vez me ponen más en jaque.
* Por Juan Carlos Giulliani, Secretario de Relaciones Institucionales de la CTA
Quería celebrar la muerte de un compañero al que quise entrañablemente desde nuestras diferencias históricas. Porque en estos casos la muerte no se llora. Se celebra. Vos, cuadro del PC acá y en Chile donde el comunismo no tiene un carajo que ver con las claudicaciones del PCA. Allá combatiste sin tregua la dictadura de Pinochet, mientras los camaradas autóctonos definían a Videla como un «general democrático»· Y yo, con mi mochila de viejo Montonero que no reniega ni un ápice de su pasado. Que sigue bancando esa historia sin beneficio de inventario aunque no sea políticamente correcto. Desde esa diferencia supimos construir una relación de afecto, respeto y consideración mutua. O eso creo al menos.
Ayer, como una premonición de que se acercaba el final, subí a facebook un par de fotos en la que aparecemos juntos para dedicarte el humilde homenaje de este militante del Peronismo Revolucionario que aprendió a ser un poco menos sectario conociéndote en el día a día, debatiendo sin concesiones, a las puteadas si era necesario, pero con la franqueza de los que dicen lo que piensan y hacen lo que dicen. La pucha si uno siente tanto que este último tiempo hayamos estado distanciados por esas cosas que tiene la militancia y este particular momento de reagrupamiento del movimiento popular.
No te voy a llorar. A los militantes populares no se los llora, se los honra en la tarea cotidiana de edificar una Patria sin explotadores ni explotados. Te digo algo: Los años en la cárcel me blindaron las emociones para no demostrar debilidad frente al enemigo. Cuando la tiranía oligárquico-militar sacaba algún compañero de la celda para fusilarlo con el remanido argumento de la «Ley de Fuga», uno se cubría el cuerpo y el alma recordando a ese y a otros tantos compañeros juramentándose el compromiso de no quebrarse, de seguir adelante, de no arrugar. Por eso la muerte está casi naturalizada en los sobrevivientes de la década del ’70.
Y acá estamos Carlitos, siempre en la misma trinchera. Al lado de los perdedores en este sistema capitalista injusto y violento; de los pobres de toda pobreza, de los que no renuncian a soñar con un mundo mejor. Más justo, libre y solidario, Tratando de hilvanar alguna idea que me permita despedirte de la mejor manera. Como vos quisieras. Sin melancolía.
Asumiendo lo que nos depara el destino. Maldita enfermedad la tuya que trunca una vida temprana. Dejame que lo diga. No me pidas resignación. Sabés que para mí, la resignación no hace historia. No vayan a creerse los señores dueños de casi todas las cosas que con tu partida se pueden sentir más serenos y tranquilos. Para nada. Estamos nosotros, que seguiremos dando la batalla sin cuartel hasta que la justicia social y la emancipación nacional y latinoamericana vuelvan a reinar en estas tierras.
Es el socialismo estúpido, le dirías a los oligarcas que nos gobiernan y que no alcanzan a comprender tanta rebeldía, voluntad de lucha y combatividad en nuestro pueblo para enfrentar el ajuste y la entrega de soberanía.
Ojalá seamos capaces de encontrar el agujero al mate para no distraernos tanto con las cuestiones secundarias y poner proa en resolver la contradicción principal que, hoy como ayer, sigue siendo Liberación o Dependencia.
Hasta la victoria siempre Carlitos. No voy a llorar tu muerte. Trataré de honrarla como siempre, siendo consecuente y coherente con los intereses de los trabajadores.
No voy a llorar tu muerte, lo prometo, aunque ahora mismo la congoja me haga un nudo en la garganta y no me deje escribir una línea más.