4084_1El 17 de diciembre se cumplieron 24 años de aquel encuentro inicial que daría pie a lo que hoy conocemos como la Central de Trabajadores de la Argentina. Recordamos aquella histórica reunión de más de 100 dirigentes sindicales realizada en el camping de los obreros navales en la localidad de Burzaco, provincia de Buenos Aires.

Sin dudas, el Grito de Burzaco se dio un 17 de diciembre de 1991 como reflejan los documentos históricos pero, en realidad, nació mucho antes, como siempre sucede con los acontecimientos históricos.

Para algunos se engendró en mayo de 1989 cuando Menem ganó las elecciones prometiendo salariazo, revolución productiva, defensa del patrimonio nacional, integración latinoamericana y justicia social.

Otros dicen que no. Que en realidad nació poco tiempo después cuando el presidente de los argentinos reconoció que si hubiera dicho lo que pensaba hacer, nadie lo iba a votar. Por eso primero engañó y luego traicionó al voto popular.

También hay quienes dicen que la CTA empezó a nacer el día que Cavallo dejó de ser Canciller para asumir las funciones de Ministro de Economía y decretar el Plan de Convertibilidad.

“Estamos inaugurando un período que tendrá como mínimo seis décadas de estabilidad y progreso. Equivalentes a la que se vivieron a fines del siglo pasado y que duró hasta la recesión de los años treinta y que yo espero no termine en una recesión como en aquella época”, decía por entonces Domingo Cavallo.

En realidad el plan terminó 10 años después con una alianza históricamente impresentable y con él mismo de ministro de Economía. Pero no terminó solamente con una recesión. Terminó con una crisis, con una pueblada, con un Estado de Sitio y decenas de muertos. Uno de ellos era también uno de los nuestros. El “Pocho” Lepratti, la hormiga, el andador de bicicleta rosarino, nuestro querido compañero.

Pero también hay un grupo que piensa que la CTA verdaderamente empezó a constituirse en junio de 1990 en Villa María, Córdoba, cuando se realizó el Encuentro de Militantes Peronistas bajo el significativo título de “Peronismo o Liberalismo”. Allí donde Germán Abdala recitó aquello de que “Podrán cortar mil flores pero no podrán detener la primavera” y el documento final dejó para la historia un concepto: “nos reconocemos en Juan Domingo y Eva Perón para comprometernos en un desafío que consiste en lo inmediato en evitar la usurpación del voto popular en un intento por legitimar, en nombre de un pasado pleno de realizaciones y lucha, el proyecto más injusto y represivo de la historia política argentina”.

Otros, en cambio, más precisos y puntillosos, pregonan que la verdad de la milanesa estuvo en la resistencia a las privatizaciones. Las más de 65 empresas privatizadas a precio vil, al primer postor, regalando en minutos el patrimonio acumulado de varias generaciones. El proceso de privatizaciones más extremo de toda Latinoamérica, el fundamentalismo neoliberal llevado adelante por una fuerza política llamada Partido Justicialista.

Argumentan que esa resistencia a las privatizaciones y a la convertibilidad fue la base de la CTA y de aquel 17 de diciembre de 1991 en el camping de Burzaco.

Resistencia, insisten, corporizada en la CONAGRES. La Comisión Nacional de Gremios Estatales que rompió las calles un 20 de marzo de 1990 cuando la Confederación General del Trabajo (CGT) decretó un paro sin fecha contra las privatizaciones. Algo así como un “Haceme acordar que pare” como toda respuesta a la infamia de la entrega del patrimonio nacional, el desamparo para cientos de miles de trabajadores y la instalación de la desocupación como inédito drama nacional, entre miles de perversas consecuencias.

Estos meticulosos investigadores o protagonistas de la historia de la Central gustan ubicar los acontecimientos de la cronología sindical en un famoso congreso de la CGT en el Teatro General San Martín. Allí los mismo que habían transado con los militares, bancaban a Menem y a todas sus políticas. Otros, bancaban a Ubaldini como el último reducto de dignidad. Sobre todo los estatales que veían como se les venía la noche. Pero ganaron los primeros y, como una negra sátira, los que habían sido interventores durante la dictadura se impusieron a los votados por los trabajadores antes del 76.

Los triunfadores firmaron en ese momento un documento que hoy cobra vigencia. Decía: “Habiendo ahora un gobierno justicialista, los sindicalistas tenemos que ser la garantía de la concreción de sus políticas”.

Fíjese el lector, la curiosidad de que bien podrían haber dicho “la garantía de la concreción de las necesidades de los trabajadores”. Pero no fue así. Ni ayer ni hoy, en muchos casos.

El 15 de diciembre de 1990 Ubaldini habló por última vez como secretario general de la CGT en el marco de un paro que no movió el amperímetro. Los sindicatos de trabajadores estatales, en particular los que decidieron resistir, entraban a peregrinar el desierto con un par de anchoas en el bolsillo.

En septiembre de 1991 Menem vuelve a ganar las elecciones y profundiza el modelo. Aparece el billete de $ 100 pesos con la jeta de Julio Argentino Roca y el óleo de “La conquista del desierto”, la inflación era de 1.300 por ciento anual y el sindicalismo “del modelo” decide unir las aguas.

Parque Norte

La ruptura de la CGT en el Teatro San Martín dio pie a la CGT Azopardo de Ubaldini y a la CGT San Martín de Triaca y Barrionuevo. Diferencia que se intentó saldar en el Congreso de la Unidad de Parque Norte. Ir o no ir, esa pasó a ser la cuestión de los sindicatos en aquellos años.

Ir era legitimar al gobierno de Menem. No ir era aceptar implícitamente que había que hacer algo distinto ¿Algo distinto a la CGT? Difícil de pensar. Ricardo Peidro, actual secretario adjunto de la CTA, recuerda que “cuando la CGT convoca a la unidad en Parque Norte, las reuniones en las que se discutía la decisión de ir o no se hacían en la sede del sindicato, la Asociación Agentes de Propaganda Médica de la República Argentina (AAPM), donde se produce una división entre los “concurrencistas” bajo el lema de la unidad del movimiento obrero y los que sosteníamos que había que construir otra cosa”. O como le gustaba decir a Cayo Ayala, histórico dirigente de los obreros navales, fundador de la CTA y anfitrión de Burzaco, “quieren convertirnos en la Paraguay del Siglo XX, destruyendo lo que supimos construir”.

Se puede decir que por aquellos días lo que se considera sindicalismo empresario empezó a usar los pantalones largos. Decirle sí a Menem fue abrirse a los negocios. El lucro corporativo comenzó a ser más rentable que el personal y menos sospechoso. Mientras tanto el país se atragantaba de hambre, pobreza y desocupación galopante. Era el país de unos pocos.

Pero en ese país hubo quienes reaccionaron y empezaron a soñar. Y ese sueño humilde de ayer se convirtió en un gran sueño de hoy. Una central de masas con millones de afiliados y miles y miles de delegados.

Con las mismas convicciones que veinte años atrás la llevaron a nacer para no ser la garantía de las políticas de nadie que no sea la propia clase trabajadora. O dicho en otras palabras, ser autónomos de los patrones, los gobiernos y los partidos políticos y leales a las necesidades de la clase trabajadora, gobierne quien gobierne.

Fuente: Marcelo Paredes, Artículo publicado en el Periódico de la CTA Nº 81, correspondiente al mes de octubre de 2011

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