Hablar de Darío hoy, es hablar de la militancia, de los valores con los que queremos construir, de poner el cuerpo, de dar el ejemplo. Es también recordar a los responsables políticos de la Masacre de Avellaneda y seguir exigiendo justicia. Recordar a Darío y Maxi, como a tantos luchadores y luchadoras que dieron su vida por una Argentina más justa e igualitaria es construir nuestra memoria como pueblo. En el caso de los compañeros, también es mantener en alto el reclamo por justicia porque su asesinato no fue «un exceso» de las fuerzas policiales sino que fue, como generalmente lo es, una decisión política de reprimir la protesta social y disciplinar y amedrentar a quienes salen a la calle a reclamar por sus derechos.

* Por Carina López Monja, referenta del Frente Popular Darío Santillán y del Frente Patria Grande

La historia nos ha demostrado una y otra vez que no hay justicia sin lucha y presión en las calles, sin condena social que obligue a los poderes a actuar. Con esta premisa nuestro reclamo de justicia se mantiene presente todos los días del año y cada 26.

Nuestra primer victoria contra la impunidad la tuvimos en los Tribunales de Lomas de Zamora: el juicio a los policías de la Bonaerense Alfredo Fanchiotti y el cabo Alejandro Acosta terminó con prisión perpetua para ambos. Esa condena la ganamos con la lucha popular. Allí justo frente a los tribunales montamos un acampe los días que se sostuvo el juicio, organizamos la logística, la limpieza, la comunicación, para que adentro supieran que los de afuera exigíamos justicia y conocer cada detalle del juicio que se desarrollaba puertas adentro. Vinieron otras luchas: ante cada intento de impunidad, de salidas transitorias de los policías condenados, de los responsables materiales, ante el intento de cerrar la investigación por los responsables políticos de la Masacre, estuvimos ahí, haciendo presión, movilizando a Comodoro Py, realizando escraches para que los responsables políticos supieran que no iban a caminar tranquilos, dejando claro que no olvidamos ni perdonamos.

En esta Argentina donde el Poder Judicial hace «justicia» sólo para algunos, seguimos señalando al ex presidente Eduardo Duhalde, al ex gobernador Felipe Solá, a Aníbal Fernández y Luis Genoud, entre otros, quienes formaron parte del gobierno nacional y provincial que decidió aquel 26 de junio de 2002, dar una señal al Fondo Monetario Internacional, a los mercados y los bancos de que el conflicto social por la grave crisis económica que se vivía iba a ser contenido con balas y palos.

La pedagogía del ejemplo

El gesto de Darío, de tender su mano a Maxi y quedarse hasta el final en la ex Estación Avellaneda, que hoy lleva sus nombres, volver en medio de la represión al lugar que estaba cercado de policías porque sabía que había compañeros allí, aunque no los conociera, Darío arrodillado junto a Maxi, Darío luchando hasta el final, dando su vida en la pelea por el cambio social. Esa imagen, ese acto, ese ejemplo, es nuestra reivindicación y nuestra responsabilidad de luchar por lo que nos quede de vida, para que este mundo sea un poco más justo e igualitario.

Pero no se trata sólo de recordar el asesinato de Darío, sino su vida. Su rebeldía, su compromiso para impulsar a los jóvenes, su capacidad y su energía, la convicción de estar, ir y acompañar allá donde los compañeros y compañeras pidieran, de ser siempre el primero en ofrecerse y estar en la primera línea representando la coherencia entre el decir y el hacer y de poner el cuerpo.

Darío no estaba solo. Junto a muchos luchadores y luchadoras, fue protagonista de esa primera etapa de los Movimientos de Trabajadores Desocupados que se organizaron en plena crisis neoliberal, en donde la situación económica castigaba duramente a los sectores más humildes de nuestra población y que salieron a cortar rutas, puentes y calles para exigir trabajo.
La lucha que parió Darío dio nacimiento a miles de hombres y mujeres que sacaron fuerza, coraje y voluntad para levantar las banderas de trabajo, dignidad y cambio social, de seguir el camino de la lucha y el trabajo de base, de recuperar un aprendizaje colectivo y seguir adelante.

En las barriadas, en la economía popular, en las cooperativas de trabajo sin patrón y en la autogestión, en los bachilleratos, en la organización de la juventud, en las mujeres y disidencias oprimidas que se organizan contra la violencia machista, en los espacios de niñeces que recuperan la alegre rebeldía de querer cambiarlo todo, en las tomas de tierras y en el nacimiento de barrios populares con el nombre de Darío Santillán, son algunos, sólo algunos de los espacios de organización popular donde el homenaje a Darío no es sólo formal sino que es práctica concreta, es la construcción de nuevas relaciones sociales, económicas, es la pedagogía de poner el cuerpo y de asumir la solidaridad, el compromiso, el compañerismo como forma de vida.

Esa huella, que está impregnada en más de una generación militante, nos marca el camino. Darío y Maxi viven en los pasos embarrados de miles de jóvenes continúan su lucha, en las mujeres que sostienen y protagonizan la resistencia, en cada persona que sigue luchando por sus derechos, que se organiza para transformar la sociedad en la que vive, construyendo una propuesta para la vida digna.

Porque sus banderas, que son las de lxs 30 mil, y la de tantos hombres y mujeres que dieron su vida luchando por una patria justa e igualitaria pasarán de mano en mano, de generación en generación hasta que la victoria sea nuestra.

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