De la mano de vecinas históricas como nuestras compañeras Amalia Aima y Delia Irusta, a quien mantenemos viva en nuestra memoria, conocimos la historia de Alberto Chejolán. Ellas nos fueron contando las historias de lucha villera que fueron pariendo a uno de los barrios populares más legendarios de la ciudad, la primer “villa” de Buenos Aires, nacida en el marco de la crisis del ´30, en suelo asignado por el propio Estado Nacional a un grupo de familias migrantes polacas sin trabajo. Se llamó Villa Desocupación primero, luego de su primer erradicación y repoblamiento, Villa Esperanza, como el comedor de Delia en Correo Viejo, pero fue en esta historia de resistencia y de lucha por el derecho a vivir en la ciudad, más conocida como la Villa 31 y hoy orgullosamente Barrio Padre Carlos Múgica.
* por Daniela Rodríguez y Anaclara Frosio
Cuando a finales del 2011 la actual organización territorial Somos Fuego junto a nuestra Central decidió abrir un bachillerato popular en el barrio, Amalia fue la primera en proponer su nombre, se tenía que llamar Alberto Chejolán. Sería un lugar común que podemos en esta ocasión permitirnos, decir que la historia la escriben los que ganan, que el relato oficial niega nuestro papel en el destino colectivo y que los poderosos de turno siempre buscan borrar toda huella dejada por nuestros antepasados y antepasadas. De ahí nuestra persistencia en recordar, en recuperar a las y los nuestros, en marcar con sus nombres las escuelas, las baldosas, las calles. En la Villa 31/Barrio Padre Mugica hoy se están discutiendo los nombres de sus calles y hay que ver las propuestas que trae el gobierno de Larreta. Trás la erradicación violenta de la última dictadura terrorista, las y los vecinos que reconstruyeron el barrio le pusieron a una calle de Güemes, Alberto Chejolán, la misma que hoy la Secretaría de Integración Socio Urbana (SISU) pretende llamar “Yacare”. Con el perdón de tan querido animalito que habita nuestro litoral, como vecinas, vecinos, organizaciones y como la CTA A Capital no podemos permitir este nuevo intento de erradicar a nuestros luchadores y nuestra memoria y reclamamos nuestro derecho a elegir los nombres del suelo que habitamos, que defendimos, que construimos palmo a palmo.
El cambio de nomenclatura de las calles está siendo debatido en la legislatura porteña. La SISU aduce que fue un proceso participativo, aunque las, les y los vecinos no lo vivieron así y no se identifican con las categorías (fauna, comidas, nombres típicos, flora) que fueron definidas porque no representan todos los intereses y propusieron otras y fueron deshechadas. En la audiencia pública se cuestionaron las decisiones tomadas por el Gobierno de la Ciudad, rechazando las propuestas y proponiendo que lleve los nombres de luchadores/as del barrio, de víctimas del covid, entre otros, oponiéndose a yacaré, malambo, arroz chaufa, propuestos por la SISU. Nuestra compañera Gabriela Barros, Consejera Sector Comunicaciones, nos relata su posición sobre el tema: “El gobierno tiene que aceptar este cambio positivo que propone el barrio, proponiendo para las calles los nombres de los vecinos y vecinas que lucharon por los derechos en el barrio, gente que fue a la lucha. Como es el caso de Chejolan, quien perdió su vida cuando fue a reclamar la vivienda digna, es una lucha en la que nos sentimos reflejados, y aunque hayan pasado los años esto tiene que ser historia. Queremos que el día de mañana cuando alguien pregunte por qué se llama una calle de esa manera, la calle tenga significado y valor. Como consejera, creo que hubiera sido mejor que se hable y convoque a participar a todos los vecinos y vecinas del barrio y no a algunos, no nos dieron a elegir ni las categorías ni los nombres, nos vinieron a decir que teníamos que elegir un listado que habían hecho. Por eso todos los vecinos queremos que nos escuchen, somos los y las que vivimos acá y queremos que en nuestro barrio, que tiene significado y valor, las calles tengan el nombre que tienen que llevar, un nombre que va a quedar para siempre. Como consejera de Comunicaciones estamos luchando para que quede el nombre Chejolán y esperamos que la legislatura escuche este reclamo. “
Amalia Aima, vecina histórica cuya familia fue una de las resistentes a las topadoras de la del intendente de facto Caccioatore durante la última dictadura, puede dar testimonio directo de que fue en los fines de los años ´80 y principios de los ´90, cuando las y los vecinos eligieron cada una de las calles del barrio. Amalia nos dice: “Y a la calle 9 le pusimos Alberto Chejolán, porque lo mataron por pelear por el barrio, porque perteneció a una familia muy luchadora del barrio, luego erradicada por la dictadura.” La compañera, guerrera de la urbanización, no deja lugar a dudas: “es nuestro derecho elegir los nombres de nuestro barrio, las propuestas del gobierno no nos representan y vulneran nuestro derecho, los gobiernos pasan pero las y los vecinos quedamos.”
Ariel Rapp, educador popular integrante del Bachillerato Popular de Jóvenes y Adultos Alberto Chejolán, ubicado en el sector Güemes, podría explicarle a quien gobierna y a quienes legislan como se hace para elegir democráticamente un nombre. Nuestro compañero nos relata: “Lo elegimos a través de una votación entre estudiantes, docentes, vecinxs, durante el primer año de funcionamiento del Bachillerato. Se trató de inscribirnos en la historia de lucha por la vivienda y el hábitat digno. Actualmente se sigue luchando por condiciones de vida dignas y contra los desalojos. El nombre de Alberto nos permite conocer la historia de nuestras luchas actuales y a las personas que se organizaron en el barrio para defender sus derechos y para intentar construir un mundo justo para todas y todos.” Desde el primer año de funcionamiento de la escuela, Ariel nos cuenta que “cada 25 de marzo en nuestro bachillerato se realiza el Chejolanazo, una serie de actividades que recuerda su figura, a través de imágenes, videos testimonios de compañeros/as y homenajes, traemos al presente esta historia de lucha del barrio a través de su nombre.” En esos homenajes, nuestra compañera Delia nunca faltaba y nos contaba con sus ojos de niña lo que había vivido cuando mataron a Alberto. Este es un ejemplo de ejercicio de memoria y una manera de construirla que como central nos enorgullece participar. Nuestro bachillerato eligió su nombre y queremos que las y los vecinos elijan el de sus calles.
Una calle con su nombre porque a lo largo de casi 90 años de historia, el barrio se ha ocupado muy bien de mantener viva la memoria, porque Alberto Chejolán fue un vecino activo y participativo, un emblema de la lucha por la vivienda, asesinado en su defensa. Una calle con su nombre porque fue víctima de la represión policial y su reconocimiento forma parte de la necesaria reparación histórica para su familia y vecinas y vecinos, porque su asesinato marcó un punto de inflexión en la historia del barrio, precedente de la violenta erradicación llevada adelante por la dictadura terrorista. Una calle con su nombre, porque su barrio no lo olvida.
¿Quién fue Alberto Chejolán?
Nació en Tucumán en 1940. Era parte de una familia de 14 hermanos, de los cuales dos de ellos se destacaron por su labor como delegados y militantes por el bienestar del barrio. Se instalaron en el barrio Güemes. Como sus hermanos, era trabajador del puerto. No fue delegado pero era un vecino solidario y participativo que empezaba a sumarse a las iniciativas políticas de las organizaciones villeras. Fue también un estudiante de la escuelita de adultos del barrio Inmigrantes. Fue asesinado a los 34 años, el 25 de marzo de 1974, en la calle Perón y Paseo Colón. Lo mató la Policía Federal, en una de sus primeras marchas en defensa de la villa y por la radicación definitiva. Fue una marcha organizada por el movimiento intervillero de la ciudad hacia el Ministerio de Bienestar Social, presidido por López Rega, ferozmente reprimida, en la que se disparó a matar. Los culpables quedaron impunes. Su funeral fue muy concurrido por las y los vecinos del barrio. Su asesinato se vivió como un duro golpe que precedió al posterior asesinato del Padre Carlos Múgica. Su familia fue finalmente erradicada en la dictadura terrorista, y vuelven cada año al barrio que sigue siendo suyo.