Una cocina que se enciende temprano, una olla que alimenta mil historias, las que son y las que pueden ser, si somos capaces de soñar. Combatir en primera línea contra el hambre, no es sólo un hecho biológico, sino profundamente político, y por lo tanto, humano. Porque el hambre también es políticamente selectivo y servil a un sistema que pretende imponer quiénes pueden, o no, soñar.
* Por Ana Romero, Militante de CTA Capital y educadora popular del Frente Salvador Herrera. Integra la Comisión Ejecutiva Nacional.
Una computadora que se enciende temprano y tampoco descansa. En ella se condensa la pedagogía de los intentos, como dice Silvio, el tiempo de los intentos. Una actividad que organiza y se convierte en una charla infinita para saber cómo están miles de otrxs, en estos tiempos tan difíciles.
Así, innumerables tareas, infinitas manos, que abrazan, contienen, acuerpan.
Es cierto que mucho se viene diciendo al respecto, y no está de más volver a repetirlo: el trabajo comunitario en los barrios es esencial. Pero no lo es sólo en momentos extraordinarios como este, de aislamiento obligatorio y explícito. Es esencial, y aún más, cuando el aislamiento implícito y hegemónico segrega a lxs que menos tienen a la marginalidad del sistema, ante la pandemia de la desigualdad. Todos los días, en todos los barrios.
Por todo eso, el reconocimiento de nuestras tareas como esenciales, aún en términos salariales, son insuficientes si no somos parte de la discusión política de cómo queremos vivir en nuestros barrios, en las escuelas, en las organizaciones y en esa parte de la política que aún no nos integra.
La discusión acerca del valor de la fuerza de trabajo no ha alcanzado jamás en la historia los niveles necesarios de justicia, como para que se diriman allí la totalidad de nuestros sueños.
El reconocimiento salarial y el reparto de tareas son un punto fundamental, pero no suficientes. Estamos en la primera línea no sólo para combatir el hambre, la falta de educación y salud, ganar libertades y vidas sin violencia. También estamos para poder decidir cómo queremos vivir, sin que nadie lo decida por nosotras, ni en nuestro nombre.
Ni el reparto ni el reconocimiento monetario es suficiente si no podemos repensar las lógicas de cómo se configura el poder en todos los espacios.
No tenemos miedo de los avances y retrocesos porque estas discusiones vinieron para quedarse con un doble desafío: que la visibilidad que ha conseguido la lucha feminista en estos últimos años no sea encapsulada en políticas focalizadas y exiguas. Y que nosotras seamos capaces de tejer, como en los barrios, esas redes, esas maneras diferentes de constituirnos en un poder colectivo que no solo asiste, sino que transforma vidas. Sobre todo las nuestras.
No tenemos dudas que la humanización de las relaciones políticas tiene nuestros rostros, que son miles, diversos, disidentes, fuera de toda norma. Hemos abierto debates silenciados por siglos. Hemos nombrado lo que se mantenía en silencio. Sangramos. Nos vamos y volvemos, más fuertes, multiplicadas, colectivas.
Traspasar el umbral del bosque, no es una decisión sencilla. Solemos ser arrojadas a sus entrañas por urgencias propias o ajenas. Pero una vez aprendido el lenguaje para derrotar al lobo, el bosque es nuestro. Y ahí nos estamos encontrando, nosotras, entretejiéndonos en largas historias de resistencia, de esas memorias tomamos fuerza y la primera línea es nuestra.
A Josep Verdura, hijo de aquel obrero anarquista que sentenció que al mundo lo hicieron los albañiles, le faltó una parte de la historia, como siempre falta cuando se escribe sin nosotras. Al mundo, también lo hacemos nosotras. Son nuestras tareas las que tejen y sostienen la vida. Sin nuestro tejido, solo hay construcciones inertes.
Nuestra pedagogía de la lucha y la ternurason el verdadero motor de la historia. Estamos construyendo un nuevo mundo y no aceptaremos una nueva normalidad sin nosotras.
Este escrito que es una voz colectiva, va en honor a la memoria de Gladys Argañaraz
#HastaLaTernuraSiempre, compañera.