*Por Ana Romero, militante de CTAA Capital y del Frente Salvador Herrera. Candidata a integrar la Comisión Ejecutiva Nacional por la Lista 1 Germán Abdala.
Año 1539, la india Juliana llena sus manos de rabia y asesina a su agresor, el “marido español”, Nuño de Cabrera, protagonizando una de las primeras sublevaciones indígenas ante el régimen colonial.
En la fundación de Asunción, el pacto político entre carios y españoles se sellaba con la entrega de mujeres. “También le trajeron a nuestro capitán Jann Eyollass (Juan Ayolas) 6 mujeres, de las que la mayor tendría unos 18 años”, relataban registros de época, “y le regalaron a cada soldado dos mujeres, para que nos sirvan en el lavado y cocina”.
El pacto entre guaraníes y españoles implicaba estrechas obligaciones de reciprocidad. La situación para las mujeres, al igual que con la tierra, era de un pacto con el inframundo: prácticas violentas, sometimiento sexual y explotación. Otra vez los registros: “…y las demás han muerto con los malos tratamientos que les han hecho los españoles que las pringan y queman con tizones atando los pies y manos, y les meten hierros ardiendo, y hacenles otros géneros de crueldades que no es licito declararlas, y a otras con muchos acotes y palos que les dan […]
Juliana fue testigo de un tiempo que no cesaba el genocidio de mujeres, niños, niñas y territorio.
La mataron frente a todos, estirada por dos caballos, la partieron en dos, sacaron su corazón, la pusieron en exhibición en una orca como escarmiento. Torturada y asesinada públicamente como método ejemplificador para las obligadas concubinas de los conquistadores.
No pudieron, Juliana vive.
Lejos de ser un “incidente doméstico”, fue uno de los primeros hechos políticos que sacó de la clandestinidad la situación de opresión, la discriminación histórica y la relación desigual que ya en ese entonces valorizaba los cuerpos según el género.
Juliana vive en la denuncia de este pacto ancestral de complicidad que calla los nombres de los victimarios de nuestras mujeres, mientras expone en la plaza pública a la “mala mujer” a quien no dejan de adjetivar superlativamente como bruja, puta, infiel y asesina. El entronque patriarcal del que hablan las feministas comunitarias nos sigue sometiendo aún hoy a los peores dolores. Pero Juliana vive y arde en el centro de nuestras rebeliones y en la memoria colectiva de quienes todos los días luchamos y lucharemos hasta que el entronque patriarcal que nació antes que la historia la cuenten los vencedores, caiga, para siempre.
Fuente: www.agenciacta.org