ACTA entrevistó a Daniel Campione acerca de la coyuntura actual, los desafíos del movimiento obrero en la actualidad, así como de los factores indispensables para iniciar una transformación profunda de la sociedad actual y de lo que significa ser anticapitalista hoy.
* Por Betina Müller.
-¿Cómo evaluas la coyuntura actual nacional, regional y mundial?
Se podrían decir muchas cosas sobre la coyuntura actual en los distintos niveles pero me parece que es una coyuntura en términos sociopolíticos de reacomodamiento del gran capital a las condiciones de pleno dominio. Esto sigue siendo el signo de la época. Incluso en los países “centrales” se han visto organizaciones políticas y movimientos contra las políticas fiscales del ajuste, el desmontaje de la seguridad social y la liberalización de los mercados. Aquellos que identificaban las políticas neoliberales con los años 90, creo que tienen que admitir que esas políticas siguen siendo vigentes y están a pleno en muchos países. En el plano regional, debido a coyunturas económicas favorables y una política social y de inclusión muy fuerte en distintos países latinoamericanos, los últimos 15 años aproximadamente han estado bajo el signo que América Latina está en cierta medida a la vanguardia de procesos políticos con mayor o menor posibilidad de transformación social.
Desde la elección de Hugo Chávez en Venezuela, para marcar un hito de triunfo, y teniendo en cuenta los años sucesivos, más allá del punto de vista de los gobiernos, hubo sucesivas rebeliones populares que derrocaron a gobiernos desprestigiados que siguieron políticas de ajuste y de endeudamiento con los organismos financieros internacionales. Esto ha ido dando resultados inclusive cuando no dieron lugar a experiencias políticas transformadoras, para tomar el caso de Argentina. En Argentina hubo una rebelión popular en 2001 y luego el sistema político se recompuso en gran medida, pero lo hizo de una manera que implicó “tomar nota” de lo que había ocurrido en 2001. Vieron que no se podía volver a políticas neoliberales abiertas, abiertamente represivas, ni a lo que había caracterizado a la política argentina en la década anterior. Lo mismo se dio en otros países: reacomodamiento de la hegemonía, en el sentido que accedieron al gobierno nuevas fuerzas políticas que no habían gobernado hasta ese momento y tenían una trayectoria de la izquierda anticapitalista por detrás, como en el caso del Frente Amplio Uruguayo o del Partido de los Trabajadores brasileños.
Pensando en la coyuntura argentina en la actualidad, estamos abocados a un momento de relativa indefinición, donde el gran capital está viendo las formas de volver a aplicar con más fuerzas su programa de máxima; retornar al endeudamiento externo, a la liberalización del comercio, al alineamiento con Estados Unidos y en segundo lugar con la Unión Europea. Está por verse, desde el movimiento obrero y las organizaciones sociales, cómo plantarse con una actitud de resistencia y de planteo de alternativas a la posibilidad de que avancen políticas de ajuste, de reversión de conquistas sociales, de realineamiento internacional, de reprivatizaciones.
-¿Según vos, cuáles son actualmente los mayores desafíos para lxs trabajadorxs en Argentina?
La clase trabajadora en Argentina tiene desafíos muy variados, para mencionar solamente algunos: ya hace décadas tenemos una fragmentación muy importante de la clase trabajadora: trabajo precario muy extendido, diferencias salariales muy importantes al interior de la clase. Esta fragmentación ha logrado ser administrada por el Estado y las clases dominantes, en el sentido de que no ha dado lugar todavía a un planteo alternativo desde las organizaciones de lxs trabajadorxs. Las organizaciones sindicales con direcciones burocráticas conviven pacíficamente, para decirlo de otra manera, con la segmentación salarial y con la precarización laboral generalizada y son mucho más un dique de contención de las energías que podrían tener lxs trabajadorxs que un estímulo a la movilización en la lucha con cualquier objetivo.
En este sentido, un desafío siempre vigente es que puedan construirse conducciones sindicales y organizaciones obreras que estén regidas por principios de democracia, participación interna, una orientación hacia la movilización y la lucha y con una perspectiva superadora del capitalismo y en defensa de la clase trabajadora como tal, ya que un movimiento obrero dirigido por direcciones que ni siquiera aspiran a transformar el capitalismo, con la única perspectiva de la defensa del salario y de ciertos beneficios sociales que están ligados también a la reproducción de los sindicatos, no ayudan a transformar la realidad de lxs trabajadorxs. Sin organizaciones obreras regidas por otros principios la situación general de sometimiento de la clase trabajadora en Argentina indudablemente se va a mantener. Esto es un gran desafío.
Dicho esto, la pregunta es, ¿cómo lograr organización obrera regida de otra manera? Con organizaciones democráticas, combativas, de lucha y de perspectiva anticapitalista. Creo que en este sentido está muchísimo por hacer. Es cierto que desde la década de los 90, ha aparecido la CTA como una central obrera de otra orientación, como una central de trabajadorxs y no de sindicatos, como una sindical democrática que se extiende más allá de los límites tradicionales de la clase obrera, que abarca a los movimientos sociales y que ha incluido una serie de innovaciones dentro de lo que era la funesta tradición de movimientos sindicales en Argentina durante décadas. Pero me parece que hay que asumir que no ha logrado ser una expresión mayoritaria y no ha conseguido articular oposiciones o resistencias obreras eficaces contra los sindicatos más numerosos o de peso estratégico de la burocracia sindical. Más bien los cambios que se hacen en la industria alimenticia o de la fabricación de automotores etc, responden a delegados y comisiones internas que no están ligados con la CTA. Son otros tipos de fuerza que en general no apuntan a crear organizaciones nuevas, sino a conquistar los sindicatos tradicionales, que a su vez bloquean con relativa facilidad esos intentos.
Creemos que es un trabajo meritorio, plagado de dificultades, pero en el mediano plazo es un camino estéril. Los sindicatos tradicionales tienen una variada gama de mecanismos de defensa con apoyos fundamentales, tanto de los gobiernos como de las patronales que hacen muy difícil, triunfar en una disputa con ellos. Aparte del tema organizativo, en términos de desafíos para lxs trabajadorxs, está planteada la perspectiva de recuperar, reconstruir, reformular la unidad de la clase trabajadora, es decir, la idea de la clase como tal, aunque está claro que no puede ser la unidad de clase de hace 50 años, porque los procesos laborales son distintos, las formas de organización de la producción son diferentes, la dispersión geográfica de lxs trabajadorxs es otra, más dispersa. Han surgidos sectores de lxs trabajadorxs que no tienen que ver con la cultura de la fábrica de los años 70 o 60, sino con ua modalidad de producción que en algún momento se llamó posfordista, y que tienen que ver con la sociedad de la información, o con la tercerización. Ahora, recuperar el sentido de clase en este marco es lo que está planteado, porque, por un lado, tenemos el aumento de la complejidad de la sociedad, pero por el otro lado, se amplia cada vez más el marco de las relaciones salariales. Cada vez son más lxs trabajadorxs que pasan a ser asalariadxs. Es decir, desde los médicos y otras profesiones “liberales”, hasta personas que antes trabajaban por su propia cuenta, hoy están incluidos en el trabajo asalariado. Hay una base de trabajadorxs que se amplia. El tema es construir una identidad, recuperar la idea de ser trabajador/a y de tener algo que ver con los demás que ocupan este lugar.
En este sentido la CTA ha hecho un aporte al afiliar a distintos tipos de trabajadorxs que anteriormente no estaban concebidos como tales. La conciencia de la situación de explotación es muy importante a desarrollar y fortalecer, porque desde el sistema ha habido intentos de diluir el tema de la explotación. Un ejemplo es como se ha manejado la cuestión de la exclusión. La “exclusión” que sufren los desocupados y otros sectores empobrecidos sería el problema a combatir, y ser un/a trabajador/a asalariadx que cuenta con una estabilidad laboral y un nivel mínimo de bienestar, aparece como una situación deseable.
Entonces, muchos piensas que hay que reclamar trabajo, y no fin de la explotación en el trabajo. Se induce a la paradoja de que tener trabajo y un salario tiene que ser visto como una “bendición” que hay que cuidar. Existió mucho avance en fomentar esa lógica que hay que contrarrestar, porque la problemática no es la inclusión, sigue siendo la explotación. Sí, hay que reclamar trabajo para lxs que no lo tienen, o trabajo formalizado con beneficios sociales para quienes están precarizadxs. Pero eso no es la médula del problema social, la médula del problema social es la explotación, en la que está basado el capitalismo, la obtención de ganancias mediante el valor creado por los trabajadores y expropiado por los patrones. La exclusión es un resultado de esta explotación que puede variar acorde a las épocas. Recuperar la idea de la unión de todxs lxs explotadxs me parece una noción fundamental, sobre todo porque el capitalismo evoluciona en dirección a ampliar los límites de la explotación y profundizar los niveles de explotación de la mayor parte de la población. Esto puede verse en el plano de las consecuencias, pero cómo explica el libro de Piketty, que no es un gran libro, pero cuyo éxito se explica en parte por su denuncia de la desigualdad, hay mucha fuerza en plantear la problemática de la desigualdad y la lucha contra la misma, porque somos el 99% contra el 1%. 99% de víctimas directas o indirectas de la concentración de la riqueza, que deberían manifestarse contra la desigualdad y luchar entonces contra el capitalismo, es algo muy fuerte. Articula además con otra problemática que no mencioné hasta ahora: el problema democrático; la idea de que sociedades, crecientemente desiguales y basadas en la explotación de la mayoría de la población, son claramente incompatibles con una organización verdaderamente democrática de la sociedad.
Tenemos en todo el mundo, en menor o mayor medida, democracias representativas que van perdiendo su componente de gobierno del pueblo, que quedan cada vez más sometidas a instancias de decisión que no tienen nada que ver con el voto popular. Y aún dentro de los limitados alcances del poder de las instituciones representativas, éstas quedan en manos de este 1% que acumula el mayor nivel de riquezas y poder. Se ve acá en Argentina, y es algo que hay que denunciar con fuerza: Tenemos un gobernante y un candidato a gobernante que tienen declaraciones de bienes de millones de dólares. Su nivel de vida, su nivel de ingresos no tiene nada que ver con el 99% de la población argentina. Eso indica una raíz profundamente antidemocrática. La vieja frase que las elecciones son aquella instancia en que el pueblo elige entre sus verdugos tiene bastante fuerza ahora y en particular en la Argentina actual. Son integrantes de las clases dominantes que disputan los puestos electivos entre ellos; además de los múltiples mecanismos por los que el poder económico, que implica también el poder comunicacional, de represión social etc. domina el poder político. Aún en el sentido groseramente economicista, el Estado argentino es el estado del gran capital, el Estado de los capitalistas.
-¿Qué consideras indispensable para iniciar la transición hacia otra sociedad, teniendo en cuenta la coyuntura actual?
Me parece que una de las cosas que hay que poner en el centro de la cuestión es la conjunción de la lucha contra el poder concentrado en lo económico y la lucha por una construcción diferente del sistema político, un sistema de gobierno y de toma de decisiones políticas radicalmente distintas. Creo que están muy asociadas ambas cosas. Los movimientos que están orientados contra el capitalismo suelen relegar bastante la cuestión de la democracia. Pero para cuestionar el capitalismo en términos radicales se necesita poner en entredicho la desigualdad y la acumulación de poder en todos sus aspectos, en toda la vida social. Eso le da un lugar central a la concentración del poder y la verticalidad de la toma de decisiones de arriba hacia abajo en el terreno político. Hay que poner muy en asociación esos dos aspectos porque en realidad son algo inescindible.
No hay construcción de una sociedad realmente nueva, sino hay una distinta manera, antagónica con la actual, de tomar las decisiones, de dirigir las organizaciones y de conducir toda la vida social. Había una politólogo norteamericano que decía (cito de memoria): “Cómo podemos pensar que vivimos en una sociedad democrática si lo único que votamos es la integración de las instituciones políticas y estamos, en las empresas donde trabajamos, en los organismos administrativos que nos rigen, en las universidades o instituciones educativas donde estudiamos, sometidos a procedimientos autoritarios y a personas que nadie elige.” Creo que este es un planteo serio ya que, en una perspectiva revolucionaria, no se lucha para reemplazar el poder de una elite por el poder de otra elite; se lucha para reemplazar la minoría para que gobierne la mayoría. Entonces, hay que poner esto en el centro de la cuestión: ¿Puede haber una democracia real, sino hay un reordenamiento de la sociedad? ¡No se puede! Pero es una cuestión recíproca: no se puede dar un reordenamiento profundo de las relaciones sociales, sino hay un cambio en el sistema de toma de las decisiones y si se sigue confiando en las decisiones de una minoría. Digo esto porque creo que tiene que ver además con la construcción cotidiana, no solamente como perspectiva programática del fondo, sino por la pregunta ¿qué tipo de organizaciones y qué tipo de mecanismos de toma de decisiones se construyen?.
Por ejemplo, volviendo a las organizaciones obreras en general y a las organizaciones sindicales en particular, la pregunta es: ¿Se dirigen realmente organizaciones sindicales que pretenden ser clasistas, combativas y anticapitalistas de una manera antagónica a los criterios que se desarrollan en organizaciones sindicales que son pro-capitalistas, no clasistas y no combativas? Yo creo que hoy distan de ser modalidades antagónicas de dirección. Hay diferencias, pero también hay hábitos, y no podría ser de otra manera, que hay que vencer en la lucha cotidiana. Hay hábitos, modos de organización, formas de comunicarse que son muy tributarias de los mecanismos elitistas, mediatizados, de acumulación de poder en la cúpula Por lo tanto, volviendo a la pregunta, una transformación anti-capitalista tiene que ser radicalmente democrática, entendida la democracia como la decisión de la mayoría en todos los ámbitos de la vida social. Eso implica una perspectiva en el plano de las instituciones de reemplazo o el enriquecimiento de mecanismos de representación parlamentaria por mecanismos de asambleas populares y organización de base del poder popular que las complementen y, en perspectiva de mediano plazo, las superen. Este aspecto me parece muy importante en la coyuntura actual porque la lucha por crear nuevas formas de poder y de organización popular es una batalla que debe darse todo el tiempo y desde ahora, no requiere una previa toma del poder del Estado. Es algo que hay que construir cotidianamente y entonces está siempre al orden del día. Es parte de un transcurso hacia una organización social distinta
-¿Qué significa para vos, ser anti-capitalista?
Yo creo que algo que está cada vez más claro en la teoría pero es difícil de implementar en la práctica es el cuestionamiento del capitalismo, la comprensión del capital como modo integral de analizar a la sociedad. Hoy es absolutamente insuficiente reducir la definición del capitalismo al imperio de la propiedad privada de los medios de producción y a la extracción de plusvalía de lxs trabajadorxs. Obviamente eso está en la sustancia del capitalismo, pero hoy está mucho más claro que hace unas décadas que el modo de relación del capital con los recursos, con la organización urbana, con los mecanismo de transporte, con el modo de ejercer el intercambio de bienes, con la manera de entender el consumo etc., todo esto constituye el mundo del capitalismo y todo esto debe ser cuestionado cuando se piensa en un mundo no capitalista. En la tradición socialista del siglo 19 y de comienzos del siglo 20, se puede decir que se imaginaba el socialismo como el máximo desarrollo de las fuerzas productivas, acompañados por formas colectivas y socializadas del modo de producción. Hoy está claro que no es así, que no puede ser así, ya que la idea del máximo desarrollo de las fuerzas productivas y del máximo avance en la industrialización y en la explotación de los recursos productivos lleva a la destrucción y en última instancia, a la vuelta a la barbarie, de la cual hablaba Rosa Luxemburgo.
Entonces, hoy plantearse ser anti-capitalista significa sostener un modo distinto de organización social, desde la vida cotidiana a los bienes comunes de la humanidad, pasando por todas las escalas intermedias. Se puede pensar entonces, que toda batalla en contra de diversos modos de la organización capitalista de la sociedad a escala mundial debería ser una lucha anti-capitalista. ¿Qué movimiento ecologista real puede haber si no cuestiona el capitalismo? Qué movimiento feministas real puede haber sino termina cuestionando el capitalismo? Todos los ámbitos de la vida social chocan contra la organización de la sociedad actual en la que vivimos, regida en última instancia por el gran capital. Por eso dije que la democracia radical es constitutiva de una perspectiva anti-capitalista.
¿Podemos decir que la perspectiva anticapitalista es una perspectiva de toma de poder inmediata, de instauración en un corto período de una sociedad socialista? Creo que no. Hay que pensar en un proceso transformador que abarque toda una época histórica. Es conocido este chiste: Le hacen una pregunta a un dirigente chino sobre la revolución francesa y contesta: “Todavía es temprano para evaluar todos sus efectos.” Eso quiere decir que tenemos que ver la perspectiva anticapitalista como una perspectiva de época, de larga duración, que implica además recuperar con todas las fuerzas una perspectiva universal de lucha contra el capitalismo.
Se pueden introducir cambios incluso revolucionarios si uno se acerca al proceso boliviano, venezolano, y en una perspectiva histórica más larga, a la revolución cubana por supuesto, uno ahí se encuentra con transformaciones importantes, sin duda. Ahora bien, son todas sociedades que siguen inmersas en relaciones sociales capitalistas a la escala mundial. No se puede construir un sistema socialista a pleno en el marco de un capitalismo global. Pensar el anticapitalismo, es pensarlo a escala global. Ahora, esa concepción a escala global es necesariamente compatible con propiciar transformaciones para contrarrestar la explotación capitalista y construir mecanismos de democracia radical en cada país. Y es además necesario en cada país generar espacios de poder popular y de autonomía que den una perspectiva económica, social, cultural y política a lxs explotadxs. Entonces, la lucha por organizaciones populares y de trabajadorxs anti-capitalistas y democráticas, lo que implica combatividad y clasismo, es una perspectiva a llevar adelante en cada lugar y en cada momento; una perspectiva de época y universal en un sentido; completada por una perspectiva cotidiana y local. Los dos planos tienen que ser articulados.
De hecho, se necesita articular un conjunto de luchas que son de alcance universal y que integran indiscutiblemente la visión anticapitalista del presente. Por ejemplo el tema de la deuda externa que es un tema fundamental y que debe integrarse en la lucha más global contra el poder financiero. No es solamente una lucha de las sociedades más endeudadas, sino una lucha de alcance mundial. La perspectiva contra la deuda y contra el poder financiero es también parte sustantiva de la lucha democrática. Esto se ha formulado con cierta claridad en Europa con el combate contra lo que llaman satíricamente la Troika (FMI, Unión Europea, Banco Central europeo), como conversión del poder financiero en poder político y como ruina progresiva de la capacidad de decisión de los Estados nacionales frente a poderes supranacionales. Algo parecido ha sido tomado en América Latina en su momento con la lucha contra el ALCA que en un sentido táctico y coyuntural se ganó. Me parece que hay que tener siempre presente, poner en primer lugar, la lucha contra el poder financiero internacional, que además es algo que en cierta medida está incorporado al sentido común, lo que falta a veces, es darle un alcance global y estratégico.
Hasta en EE.UU está presente la idea de que Wall Street domina indebidamente a la sociedad y que eso debilita a la democracia norteamericana. Lo que resta es la perspectiva de que el poder de los organismos financieros no es una desviación del capitalismo, no es un exceso del capitalismo, sino que ES el capitalismo. El dominio del gran capital en el plano político lleva en esta época a la imposición, o al triunfo de las instancias financieras sobre los Estados nacionales y sobre el poder político. Este es el proceso más profundamente antidemocrático que pueda concebirse en nuestras épocas. Hay que poner la lucha contra el poder financiero en el centro de la cuestión, no como la formulan algunxs como lucha contra la financiarización de la economía, porque no es que la economía se financiariza; es que el gran capital en la época del imperialismo es cada vez más el triunfo del capital financiero, y hoy, y desde ya hace tiempo, va incluso contra el poder de los Estados nacionales. Y los Estados nacionales, son entre muchas otras cosas, el modo de organización política que permite en mayor o menor medida una incidencia de la voluntad popular, de sufragio universal. Las instancias internacionales no tienen sufragio universal, son absolutamente regidas por el poder del capital transnacional.
Para sintetizar brevemente, me parece que la lucha anticapitalista y clasista hoy es la articulación de la lucha universal con la lucha regional, nacional y local, encontrando los grandes temas comunes a todos de esos planos que indiscutiblemente los hay. El tema del uso de los bienes comunes va del plano local al plano universal, el tema del poder financiero también, y no hablamos todavía específicamente de antiimperialismo. La idea del antiimperialismo hoy, está surcada también por la articulación de todos estos planos. El poder financiero internacional incide en la vida cotidiana, incide en los bienes comunes; en el plano político tenemos un poder militar universal que interviene de modo destructivo contra cualquier fuerza que se le pueda oponer y en base a un discurso legitimador de “democracia” y “libertad” que cada vez más claramente es un ideología que encubre el sustento del dominio imperialista: el manejo de los recursos naturales etc.. Así, luchar contra la contaminación de aguas con cianuro en San Juan es un capítulo de la lucha local contra el imperialismo mundial. Esta lucha local debe ser articulable con la pelea contra la intervención militar imperialista en Siria, Irak y Palestina. Hay que tomar esos hilos conductores, ya que ser realmente anti-imperialista hoy, es poder articular esos planos. No se puede pensar solo en términos de solidaridad, sino como parte integrante de confrontación cotidiana, permanente y universal contra el poder del capital transnacional.
-¿Qué más te gustaría agregar?
Hay algo que no estuvo incluido en ninguna de las preguntas pero tiene que ver con todas: es el tema del Estado, o del poder político. Hemos dicho que hoy no se puede pensar la transformación social como algo que pasa, o se centra exclusivamente en la toma del poder político, o la ocupación del poder del Estado. Esa perspectiva es cierta pero me parece que el poder estatal sigue decidiendo muchísimas cosas, con lo cual tampoco se puede pensar en transformaciones sociales profundas al margen del poder del Estado. Una amiga decía en el título de un artículo: “Hay que luchar en, contra, fuera, dentro del Estado”; quiere decir que hay que ocupar todas las posiciones posibles en relación con el Estado, y también saber “desocuparlas” a tiempo, cuando el repliegue se hace indispensable.
En ese sentido hay que plantearse la relación con el poder político siempre en el sentido de qué perspectivas y posibilidades para la clase trabajadora y en la lucha contra el capital marca la posición propia en relación con el poder del Estado. Sólo puede tener sentido ocupar ciertos espacios del poder político si eso puede servir para la construcción de una perspectiva anticapitalista. No puede servir la ocupación de espacios políticos, si en teoría o con más frecuencia en la práctica termina alentando la idea de que puedan introducirse reformas fundamentales o que pueda haber liberación social dentro de los marcos del capitalismo. Creo que tenemos un problema de época en relación a esto, que formulaba ya hace algunos años un historiador que decía: “Las transformaciones en el sentido anticapitalista son más indispensables que nunca y al mismo tiempo parecen más improbables que nunca.” Esto era más válido todavía en los años 90 que ahora, pero tiene mucho que ver con cómo se maneja la relación con el poder del Estado.
Si se descree de una perspectiva global anticapitalista, lo único que se hace desde el Estado es administrar lo existente, correr detrás de la vaga ilusión de que se puedan introducir reformas radicales y permanentes dentro del capitalismo. Pero si se construye desde el poder estatal con esa perspectiva se va hacia el destino de que un resultado negativo en las elecciones posteriores reduce a anécdotas las transformaciones producidas, y se vuelve todo para atrás. Hay que asumir nuevas formas de relaciones con el poder estatal, pero sin centrar todo en la toma del poder político ni caer en la exageración opuesta que es, dejar de lado toda relación con el poder del Estado y pensar que se puede transformar la sociedad sin acceder al poder político. Es un doble juego bastante complejo, pero indispensable de hacer. En este sentido los procesos de transformación que se han desarrollado en los últimos años en América Latina han puesto de manifiesto algunas de las posibilidades de trabajo desde el poder del Estado, en sus potenciales y en sus límites. En la medida en la que se ha producido un alejamiento entre el poder estatal y la movilización social, la transformación se ha visto deteriorada e incluso se ha quebrado rápidamente.
En el caso de nuestro país, hemos asistido a que algunos sectores, quizás con intenciones transformadoras reales, han acatado la lógica de que el poder estatal puede construir transformaciones sin que esto esté sustentado desde un poder popular. El Kirchnerismo es en gran medida la ilusión de que se pueden generar cambios permanentes dentro de un capitalismo “serio”, humano, sin “excesos”. Y al mismo tiempo, se basó en la creencia de que se pueden generar transformaciones duraderas desde un poder estatal que no se basa en organizaciones populares sólidas y movilizadas. Imperó allí la idea de un poder estatal que se define como popular y nacional, y cambia desde arriba en beneficio del conjunto de la sociedad. Eso puede tener efectos en el corto plazo pero en el largo plazo es incompatible con cualquier perspectiva anticapitalista y de transformación social profunda.
Ahora, ¿cómo se podría ver una lucha en la cual uno intenta construir poder para transformar la sociedad pero sin tomar el poder estatal en un primer momento, aunque con la perspectiva hacia allí?
Luchar por el poder en las sociedades actuales desde una perspectiva anticapitalista implica aspirar a rebasar y poner en contradicción los límites de las instituciones parlamentarias. La cuestión de los límites de las instituciones parlamentarias se puede visualizar con eficacia sólo desde la construcción de poder popular. La idea fundamental que hay que incorporar y que es decisiva es, quién tiene la iniciativa. Si la iniciativa la tienen los funcionarios que ocupan el aparato estatal estamos fregados. La iniciativa central debe estar en las organizaciones populares. El Estado debe tender a ser el ámbito de recepción de la voluntad y de los propósitos de las organizaciones populares, que no son representativas en el sentido de la representación parlamentaria, sino que son decisorias y asamblearias. En la medida en que el lugar central lo ocupen las instituciones parlamentarias, o mejor dicho, los organismos burocráticos en que la democracia parlamentaria delega la administración cotidiana de los asuntos públicos, las organizaciones populares pierden poder en detrimento de las estructuras burocráticas tradicionales.
En procesos como el venezolano o ecuatoriano se quieren superar las estructuras burocráticas que no son elegidas por el voto popular, que no tienen estructura horizontal, que responden a jefaturas de otro tipo, pero sin embargo siguen teniendo amplísimo poder. Esto marca alguno de los límites de esos procesos de transformación. La simplificación contraria es la que vive el poder popular como al margen y contra de cualquier forma de poder político. Es una perspectiva tributaria, en cierto sentido, de la tradición anarquista. Pero eso no funciona, porque un Estado en manos enemigas termina con las organizaciones populares, o al menos las neutraliza, en cuanto estas llegan a perturbar el dominio de clase. En una época se hablaba mucho de la micropolítica, de los cambios al nivel “micro” y alguien dijo: “Sí, el problema es que la macropolítica destruye al poder micropolítico en cuanto este poder pueda llegar a cuestionarlo.”
Hay que actuar en los diferentes niveles, hay que estar también en el Estado, tomado en el sentido más tradicional, pero el tema principal sigue siendo, quién tiene la iniciativa, quién decide realmente. Por ejemplo, cuando uno dice, se han expropiado tales y cuales empresas, perfecto. ¿Pero quién decide ahora en estas empresas que se han expropiado? ¿Un grupo de burócratas, un grupo de técnicos, o deciden los trabajadores, o el conjunto de la sociedad? ¿Cuáles son los objetivos finales de la empresa? ¿Qué sea rentable, o cumpla ciertos objetivos sociales etc.? Todo eso está para discutir ante cada proceso.
Venimos de una tradición, donde expropiar empresas era hacer anticapitalismo. Pero eso no alcanza. Expropiar empresas puede ser compatible con el peor de los capitalismos, o con procesos de toma de decisiones tan autoritarios, tan limitados, como en el capitalismo. En la medida en la que las efectivas decisiones están en mano de oficinas, de burocracias, de organismos no-electos que pueden operar al margen de la voluntad popular, no estamos haciendo anticapitalismo de fondo, no estamos construyendo democracia real, no estamos adoptando una perspectiva realmente revolucionaria. Revolución significa democracia radical, construcción de poder popular de verdad, demostrable en el día a día, en las pequeñas y en las grandes decisiones. No sólo quiénes son los beneficiarios, reales o supuestos, de los cambios, sino quiénes los deciden, los implementan, los controlan. Como decía el Che: “No se puede construir el socialismo con las armas melladas del capitalismo. A lo que se podría agregar: “No se puede construir el poder popular con los desgastados instrumentos de la democracia parlamentaria.” Estamos ante desafíos inéditos, que exigen una reflexión y una acción renovadas críticamente, re-pensados tanto en sus objetivos como en los medios para alcanzarlos.