Cuando le avisaron que su hijo Gustavo había sido secuestrado, Norita no dudó un segundo y salió a buscarlo: lo primero que hizo fue ir a la Catedral de Morón, lo segundo, ir a la comisaría zonal. Cuando los militares negaron sus crímenes, con su marido, se acercaron a los organismos de Derechos Humanos que comenzaban a funcionar y llegó por primera vez a la Plaza de Mayo en 1977. Desde entonces ese fue su lugar de denuncia pero también en donde se empezó a forjar la Norita que el pasado viernes despedimos, esa que luchó por un mundo mejor.

En plena dictadura, buscando a su hijo, se metió en la Mansión Seré, el centro clandestino que funcionaba en Castelar y que, convertido en un espacio de Memoria, la despidió con una multitud.

Con la llegada de la democracia, Norita se convirtió en una de las referentes de la Línea Fundadora de Madres de Plaza de Mayo.

En 2012, si bien llevaba 35 años buscando a Gustavo, volvió a presentar un hábeas corpus: “antes de morirme quiero saber qué pasó con mi hijo.”, dijo.

Si bien su lucha comenzó con la búsqueda de Gustavo, rápidamente lo hizo por los y las de todas las Madres que los buscaban reclamando memoria, verdad y justicia. Y de a poco se fue sumando a todas las luchas: fue a los Encuentros de Mujeres, se puso el pañuelo verde, peleó por los derechos de las diversidades, denunció los despidos y la precarización laboral, la desaparición de Santiago Maldonado, la situación de los pueblos originarios, la causa palestina y fue ciudadana del mundo porque no había lucha donde Norita no estuviera.

A las 18:42 del jueves 30 de mayo, cuando su familia comunicó su fallecimiento, no hubo organización que no llorara su muerte y es que Norita nos marcó un camino y lo seguirá haciendo: llevaremos su sonrisa y su fortaleza como bandera, hasta la victoria siempre querida compañera.

Fuente: CTA Autónoma

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